san sebastián - El grupo Gaur apenas duró dos años, pero quedan las obras de aquellos creadores, que en un momento de su trayectoria consiguieron una difícil convergencia de sensibilidades artísticas y dotaron al difícil panorama cultural, en plena etapa franquista, de una cuña de modernidad. José Antonio Sistiaga (San Sebastián, 1932), uno de los artistas contemporáneos vascos más originales de su generación, tuvo una importancia vital en la gestión de este grupo artístico, que medio siglo después es recordado y homenajeado en varias exposiciones, en museos como San Telmo y el Bellas Artes de Bilbao y galerías como la donostiarra Kur o el centro cultural Okendo, en el marco de la capitalidad cultural. Desaparecidos los demás integrantes de Gaur, Sistiaga y Zumeta son la memoria viva del grupo. El primero sigue siendo un artista poco convencional, al que no le gustan las escuelas de Bellas Artes y opina que “si se quiere saber de pintura, hay que ir a los museos”.
¿Cuándo descubrió usted que quería dedicarse a pintar?
-De niño, visitaba la casa de Linazasoro, un médico amigo de mis padres, y allí descubrí una copia de La rendición de Breda de Velázquez, pintada por el abuelo del médico. Les extrañó que un niño de cinco años tuviera tanto interés por ese cuadro, y me regalaron la caja de acuarelas del abuelo con la que lo había pintado. Por supuesto, las acuarelas no me sirvieron de mucho, estaban ya duras como piedras, pero el cuadro me produjo una emoción tan intensa que ya entonces decidí ser pintor.
Siempre ha huido de las escuelas de Bellas Artes...
-He sido autodidacta, me parece la forma más natural de aprender, acudiendo a los museos. En el museo de Donostia conocí a los pintores Carlos Añibarro y a Rafael Ruiz Balerdi -que nació a 100 metros de mi casa-; allí copiábamos lo que nos interesaba; allí teníamos la memoria del pasado. Tengo que confesar que no soy partidario de las nuevas tecnologías, no tengo móvil, ni ordenador... ni siquiera uso reloj. Respeto a los que las utilizan, pero lo que no se puede hacer es eliminar el pasado. Y se está haciendo. El otro día fui a Madrid con mi mujer y vi que el laboratorio donde yo hacía mis películas había desaparecido. En la Filmoteca me dijeron que ya no hay ningún sitio donde se puedan hacer negativos. Destruir algo que se ha creado hace décadas para introducir las nuevas tecnologías es una barbaridad.
Con 23 años, decidió dejar Donostia y marcharse a París...
-Me recibió una amiga de mi madre, que tenía una casa espléndida, y me dejó vivir en la parte de atrás. Era pintora y me aconsejó que entrara en Bellas Artes para que tuviera una educación universitaria y así me iba a solucionar muchos problemas a la hora de pasar la frontera. Pero no duré mucho. Acudí a clase durante mes y medio, me dieron una documentación durante seis años, todos los otoños, sin preguntarme jamás en qué clase estaba. El profesor nunca nos dijo, por ejemplo, que había una exposición de Kandinsky o de Nicolás de Staël, que se acababa de suicidar. Pronto me di cuenta de que se aprendía más en la calle, con otros artistas. Entre ellos, Manuel Duque, un andaluz que hablaba mejor francés que español, con el que visitaba las exposiciones. Allí fue cuando descubrí la pintura no figurativa; hasta entonces solo conocía un cuadro de Paul Klee, Hojas de otoño, por una tarjeta postal que me había enviado una amiga cuando vivía en Donostia. Había un gran vacío cultural, era necesario irse a París. En la capital francesa, realicé mis pinturas en tinta china, sobre papel. El galerista John Craven me compró 36, lo que me vino estupendamente para poder vivir, y quería comprarme más, pero en ese momento yo estaba pasando ya al color.
¿Por qué abandonó París?
-Llegó un momento en que pensé que tenía que volver, porque si me hubiera quedado un día más, ya no habría regresado jamás. Volví una pequeña temporada aquí, pero pronto cogí el avión y me fui a Ibiza con mi mujer y los dos hijos que tenía entonces. Fue un cambio radical, vivía en una casa en el campo, con árboles frutales... Me fui allí porque me habían dicho que la vida era muy barata; estuve once meses, nació el tercero de mis siete hijos e hice una exposición. Solo vendí un cuadro, me lo compró una mujer alemana, que me dijo que era la primera vez que veía una pintura no figurativa equilibrada. Fue una frase que se me quedó grabada. Pero en Ibiza era muy difícil subsistir como artista. Así que a finales de 1962 volví definitivamente a Donostia...
Y aquí entró en contacto con Jorge Oteiza...
-Había visto en Madrid su obra Homenaje a Mallarmé y me propuse conocer al autor de esa escultura. Así que cuando regresé, le fui a ver a Irun. Nos encontramos muy a menudo durante varios años. Una noche pensé que se podría hacer una exposición con pintores vascos no figurativos que no participáramos en la del CAT de Donostia, que organizaba entonces un certamen de pintura vasca en el que dominaba lo figurativo. Pensé que se podían celebrar las dos exposiciones a la vez, de manera que el público pudiera confrontar dos comportamientos diferentes: una muestra oficial y otra organizada por artistas independientes. Se lo comenté un día tomando un café a Amable (Arias), y luego fuimos a ver a Oteiza. A Jorge le interesó enseguida, Basterretxea estaba al lado y dijo lo mismo, al igual que Mendiburu. Chillida nos dijo que si queríamos que él participara, tenía que estar Balerdi. Le dijimos que era imposible porque estaba en la otra muestra, pero él lo puso como condición. Entonces, decidimos retrasar la exposición.
Eran tiempos complicados y organizar una exposición de arte vasco de vanguardia y elaborar un manifiesto artístico parido en el esplendor del franquismo, no dejaba de tener su dosis de aventura.
-Tuvimos un regalo inesperado. Yo conocía al galerista Dionisio Barandiarán, que entonces era propietario del Euromar de Zarautz; allí había realizado una exposición de pintura infantil. Un día me lo encontré y me comentó que disponía de unos bajos en su oficina, en la calle Bengoetxea en Donostia, que igual nos podían interesar. Fue un regalo para nosotros. En la Galería Barandiarán organicé la primera exposición de pedagogía activa con el método de Celestin Freinet. Y en 1966 realizamos la primera exposición de Gaur. Amable elaboró el manifiesto fundacional, que luego Oteiza corrigió para evitar tener problemas con el gobernador civil. En febrero de 1966 Oteiza propuso las denominaciones para los artistas de Bizkaia (Emen), para los de Araba (Orain) y para los navarros (Danok).
La exposición fue un hito para el arte vasco. Pero solo se vendió un cuadro... El suyo.
-(Risas) Así es, solo vendimos una obra, que compró un amigo mío, el arquitecto Marticorena.
Y poco después, se disolvió el grupo...
-Cada uno nos dedicábamos a nuestras cosas, vivíamos en nuestro mundo, pero nos juntamos en un momento concreto para crear Gaur. Después de la primera muestra de Donostia, estuvimos en el Bellas Artes de Bilbao y también expusimos en Gasteiz. Los problemas se generaron cuando empezaron a desarrollarse proyectos que no tenían nuestro control y se organizaron exposiciones que nosotros no supervisamos. De esta manera, esa voluntad de independencia y autogestión, tan intrínsecamente vinculada a la esencia de Gaur, comenzó a debilitarse y se resquebrajó así el proyecto. Además, dejó de interesarme cuando se impusieron tesis que venían desde una concepción política y no estética. Nada o muy poco surge en el arte desde la política.
Ni siquiera se llegaron a sacar una foto todos juntos.
-En la que sacó el cineasta Fernando Larruquert faltan Zumeta y Amable. Un día me encontré en el Boulevard Saint Germain de París con Oteiza y su amigo el arquitecto Puig, que habían hecho un viaje a Sudamérica. Jorge me comentó que se iban a Irun. Dos días después coincidimos buena parte de los artistas que acabábamos de formar el grupo Gaur en su estudio. Pero nunca coincidimos todos; la foto de la exposición de San Telmo es un montaje. A la imagen donde aparecemos los que estuvimos en el estudio de Oteiza, se le ha tenido que añadir las de Zumeta y Amable.
Tras la disolución del grupo, usted inició nuevos proyectos artísticos. ¿Cómo le surgió la idea de pintar directamente sobre el celuloide?
-Cuando estuve en París, vi un corto pintado sobre celuloide realizado por Norman McLaren. Enseguida pensé que quería hacer una película pintada, era una forma de expresarse diferente al lienzo. Fue Juan Huarte (empresario y coleccionista) quien me ayudó económicamente a llevar adelante este proyecto; simplemente firmamos el contrato con un apretón de manos. Ese acuerdo me permitió trabajar durante 17 meses, doce horas al día, con total libertad. Así surgió Ere Erera baleibu izik subua aruaren, el único que se conoce en la historia del cine pintado imagen a imagen. Es muda por respeto al color, que no necesita el apoyo del sonido. Todavía sigo pintando mis películas a mano, fotograma a fotograma, extendiendo el celuloide sobre una mesa larguísima que tengo en mi estudio. Llevo años trabajando en una. Cuando abandone la pintura, la acabaré. No quiero morirme sin concluirla.