gasteiz - Se escribe rápido pero lo cierto es que la Escuela de Artes y Oficios no acaba de empezar un curso normal. Arranca el que marca sus 240 años de existencia, una celebración que, de hecho, la próxima semana ya tendrá un primer acto y que llega cuando parece que, por ahora, las aguas sobre la continuidad del centro parece que bajan un poco más tranquilas. La crisis aprieta pero no es buena política acudir con un cierre de semejante calado a las próximas elecciones.

Y como hay vida más allá de los entresijos de los despachos, el centro abre hoy las dos primeras muestras de su ya asentado programa expositivo, no tanto por el sustento económico (que vuelve a contar con la aportación de 3.000 euros que realiza la Fundación Amárica) como por el esfuerzo desinteresado de sus promotores, a cuya cabeza se sitúan los profesores Mila Bretón y Koldo Mendaza. Pintura y fotografía marcan el camino de las primeras propuestas: Memoria de la pampa, de Miguel Argibay; y Políptico: La nueva Vitoria, de Josetxu Silgo e Iván Martín.

En lo que se refiere a Argibay, el creador argentino (“aunque llevo más años aquí que allí”, ríe) extiende sus acuarelas, tintas y acrílicos por dos de los tres espacios expositivos del centro para llevar al espectador, en un viaje no exento de añoranza y nostalgia, hasta el otro lado del Atlántico, hasta esas amplias extensiones de terrenos de La Pampa donde la tierra parece no tener límite, donde los gauchos y los caballos se convierten en protagonistas a través de sus cuadros.

“Allí, yo era una persona de ciudad que, por distintos motivos, acudía mucho al campo. Y observaba a los caballos y sentía una sensación de libertad” que ahora traslada a sus piezas.

De Argentina, Argibay se vino con sus conocimientos de pintura y dibujo. En Artes y Oficios los completó con la escultura y la serigrafía. Ahora, retorna a la escuela con esta muestra que, como la de Silgo y Martín, se inaugurará hoy y permanecerá abierta hasta el 31.

En lo que respecta a Políptico, es Gasteiz la que le sirve a sus dos autores para, mediante la fotografía y el urbanismo, establecer un diálogo que no tiene principio ni fin. Los dos autores presentan el resultado de un juego de retos entre ambos en los que espacios y edificios actuales, desde la plaza de los Fueros hasta el Bibat, sirven para conformar una conversación de miradas que dan como resultado una visión distinta de la ciudad.

Eso sí, aunque el tablero de juego es la capital alavesa moderna, también existe un anclaje al pasado, a formas de positivar del siglo XIX que ellos han aplicado a la fotografía digital. Así pues, el tiempo, como sus imágenes, parecen no tener inicio o llegada, sino ser parte de un todo en círculo.