Vitoria. "Álvaro nunca lloró. Lo dibujó, lo fotografió o se lo tatuó, por eso es tan intensa su obra". La exposición que abre curso en Espacio Zuloa nació como una suerte de retrospectiva y se ha convertido en homenaje. Las palabras son de María, su madre, que acudió ayer a la presentación de una muestra que se inaugura mañana, con la voluntad de recorrer las maneras expresivas de un artista de esos que se dan en llamar total que fallecía el pasado junio a los 22 años. Se llamaba Álvaro Bastero, Al Betrayal.
Todo partió en la pasada temporada de la sala. "La mayor parte del grupo que llevamos Zuloa -de la mano de Proyecto Amarika estamos relacionados con el mundo de la fotografía", apunta Iñigo Beristain, también colega de objetivo. Así que era natural que los escritores de la luz quisieran montar una muestra fotográfica. Se pusieron en contacto con él "y estuvo encantado de mandarnos sus obras".
Una larga enfermedad que le acompañó la mitad de su vida se revela en su trabajo. Pero, mucho más que ella, lo hace un joven que llevó la expresión a su máxima potencia, que tradujo su vida en creación. Series como Carta al lobo feroz o Verano muerto ofrecen las claves de su modo de entender la creación, un todo que huye de disciplinas y que puede mezclar dibujo, fotografía y palabra.
"Nació con un lápiz en la mano", recuerda María de un joven que se fue a los 22 años y que, para entonces, "ya era una persona entera, muy hecha; al cumplir los 22 me dijo, creo que acabo de cumplir los 42". En el papel, "reflejaba su mundo", con trazos que recuerdan a la convulsa fuerza de Basquiat, con letras que, mientras explican, destilan imágenes de poesía.
Cualquier herramienta creativa podía ser capaz de canalizar sus sentimientos, así que un grupo de amigos que se dedicaban a la fotografía le abrieron el camino de la cámara, que le ofreció otra nueva senda de libertad.
Dibujos que diseñó también para incorporarlos a su propio cuerpo, punto de encuentro donde se atravesaban sentir y padecer, símbolo máximo de su lienzo. "Era otra forma de ver sus dibujos", recuerda su madre, "él no se hacía un tatuaje de moda, los tatuajes, a pesar de dolorosos, le daban fuerza". Él mismo lo dejó escrito en una de sus obras: "el tatuaje no es más que el alma de su portador positivada".
Álvaro "nunca hablaba de su enfermedad". Tomaba el papel o pestañeaba con su cámara sobre la realidad, para atrapar muchos instantes y multiplicar el tiempo. Completan sus series dos cuadernos en los que, a través del collage, seguía explorando su interior mientras lo dejaba emerger, liberando hacia afuera para mirar adentro.
Una vitrina con objetos completa el recorrido por su figura, donde se incluyen desde cámaras hasta discos de McEnroe, cuyas portadas están firmadas por él mismo, a petición de los miembros del grupo, a los que le unía la amistad.
Y si Al Betrayal supo mirarse, también sus colegas de objetivo le miraron. Una selección de fotografías de algunos de ellos cierra la muestra de Espacio Zuloa, completando todas las imágenes interiores de su obra con su imagen exterior. Una de las piezas recuerda sobremanera a otra portada de álbum, la de Nico, el último disco de la banda Blind Melon, un homenaje al que fuera su cantante, Shannon Hoon.
A la manera de un tatuaje efímero, las piezas de Al Betrayal permanecerán en el rincón de la calle Correría hasta el 19 de noviembre, abriendo el camino a una nueva temporada expositiva. Pero, antes, mañana a las 20.00 horas, tendrá lugar la inauguración, abierta a todo aquel que lo desee.
"Donde quiera que llueva, ahí estaré yo, hoy duermo en el sol". No hay duda de que Álvaro llevaba un poeta en su interior. Un autor que vivió entre Getxo y Madrid, donde siguió internándose en nuevos meandros creativos, y que recala en las próximas semanas en Gasteiz. Porque Álvaro era también su obra. Nunca lloró. Lo dibujo, lo fotografió o se lo tatuó. Y en su expresión sigue, por tanto, dejando traslucir su forma de sentir.