Como ya anuncié en el quinto artículo de esta serie voy a presentar unos valores que estimo necesarios para llevar a buen fin el Proyecto Vasconia XXI. Estos son los ocho valores propuestos: la competencia personal, la racionalidad, abiertos a la innovación, la formación permanente, los valores instrumentales, la tolerancia solidaria y la necesaria intolerancia, la libertad más allá de la seguridad y, por último, el redescubrimiento del espíritu.

Pensando en nuestro Pueblo (y 6). Ocho valores para el Proyecto Vasconia XXI

1. La competencia personal

Es uno de los principales legados, si no el principal, que los adultos vamos a dejar a las nuevas generaciones: que sean autónomos, que sepan abrirse camino en la vida, que puedan volar con sus propias alas, que no dependan de los demás más allá de lo lógico y necesario en una sociedad interdependiente. Ser competente es la condición sine qua non para ser autónomo.

Pero, ¿qué quiere decir ser competente? Básicamente dos cosas: lograr una estructura psicológica armónica y tener las capacidades intelectuales para entender y orientarse en el mundo.

Nuestra sociedad es cada día más compleja y está en continua transformación. Nadie es capaz de pronosticar cómo serán en el futuro, incluso próximo, las relaciones de trabajo, las jubilaciones, las nuevas familias, el impacto de la Inteligencia Artificial, con el ChatGPT, y las nuevas tecnologías por venir, el constante aumento de la esperanza de vida … ¿Qué se puede decir, con certeza, de un joven de lo que pueda ser su vida cuando se asome a lo que hoy llamamos jubilación? ¿Cuál habrá sido su trayectoria vital? ¿Vivirá en pareja? ¿Con una, dos o más parejas? ¿Con personas de qué nación, de qué religión, si religiosa era? Así, un largo etcétera de imposible respuesta

2. La racionalidad

Hay que introducir la racionalidad en la toma de decisiones. Hay que apostar por la emotividad razonada (y razonable) o, mejor, como ya dijera Xavier Zubiri, “la inteligencia sintiente” una inteligencia integradora de la razón abstracta y de los sentimientos que, ambos, conforman la riqueza de la persona humana, de tal suerte que sea capaz de dar cuenta razonada de lo que dice y siente. ¡Qué necesidad en nuestra sociedad de esta racionalidad ante el espectáculo de tanto insulto, tanta grosería, tanta descalificación, hacia personas e ideas que son vilipendiadas, muchas veces por emitir puntos de vista diferentes a los propios, más aún si llevan el marchamo de este o aquel partido político, sindicato o confesión religiosa!

Además, ¿quién garantiza la veracidad de la información en Internet? ¿Qué valor conceder a los contenidos de los blogs no firmados? ¿A qué se debe que la inmensa mayoría de los blogs y comentarios no firmados a las noticias y artículos de la prensa digital sean negativos cuando no, directamente soeces?

3. Abiertos a la innovación

Ciertamente, en un mundo cambiante, el espíritu innovador es central. En un pueblo pequeño como Vasconia, la innovación es condición “sine qua non” si queremos tener voz propia en el mundo de nuestros días. La innovación es básicamente una actitud de apertura para no anquilosarse en lo de siempre. Su objetivo es el de facilitar el logro de una sociedad (Vasconia XXI) en un mundo mejor, más justo, más solidario, más competente etc. La innovación es un medio, no un fin en sí mismo. Innovar por innovar es tan baldío como mantenerse estancado en lo de siempre.

La innovación forma parte del universo de la utopía, a distinguir claramente del de la quimera, que se asemeja más a un cuento de hadas al soñar con algún paraíso inexistente, o inalcanzable. La utopía, amén de unos objetivos a conseguir, una ilusión a alcanzar, unos ideales por los que luchar, presupone la toma de conciencia del camino a recorrer, del esfuerzo a invertir, de las inercias a superar, de los conciudadanos a convencer. La innovación debe mirar a la utopía, nunca a la quimera, camino directo al desastre.

4. La formación permanente

Pero para lograrlo hay que dar un paso fundamental. Necesitamos poner las bases para la formación permanente, la formación de las personas a lo largo de toda la vida, como nos recordaba, ya el año 2000, un Memorando de la Unión Europea.

Del Memorando traslado dos mensajes clave: “Lograr que todos los ciudadanos de Europa, a lo largo de toda su vida, puedan acceder fácilmente a una información y un asesoramiento de calidad acerca de las oportunidades de aprendizaje” y “ofrecer esas oportunidades de aprendizaje permanente, lo más próximas a los interesados como sea posible, en sus propias comunidades”.

Fomentar el valor “formación permanente” en la sociedad vasca y en los ciudadanos que la componen, es invertir en el futuro. Además, con la seguridad de que ese “valor” nunca se depreciará en la “bolsa de la vida”. Bien al contrario, invertir en “formación permanente” es apostar para que la vida de cada ciudadano, y la de Vasconia como pueblo, vayan progresando.

5. Importancia de los valores instrumentales

En Vasconia hay un hiato, una disonancia entre los valores finalistas (objetivos a priorizar, propugnar y alcanzar) y los valores instrumentales (medios para conseguir los objetivos propugnados). La sociedad invierte afectiva y racionalmente en los valores finalistas, (pacifismo, tolerancia, ecología, el clima, no discriminación del diferente, etc.) al par que presenta, sin embargo, grandes fallas en valores instrumentales tales como el esfuerzo, la auto responsabilidad, la abnegación, el trabajo bien hecho, la constancia, la disciplina etcétera, etcétera... Pero los valores finalistas, sin el correlato de los valores instrumentales, se convierten en un mero catálogo de buenas intenciones.

6. La tolerancia responsable y la necesaria intolerancia

Es fundamental distinguir la tolerancia activa de la tolerancia pasiva, sin olvidar la necesaria intolerancia. La tolerancia activa presupone el respeto profundo a la diferencia, a los proyectos del “otro”. La tolerancia pasiva equivale a la indiferencia, o la indulgencia, condescendencia con algo o alguien que, en el fondo se rechaza o no se acepta, pero cuya presencia “se tolera”, preferentemente lejos, en otro barrio distinto al nuestro.

Demasiado frecuentemente, la tolerancia pasiva en el ámbito público impide que aflore la imprescindible autoridad y la no menos necesaria intolerancia en determinados supuestos. La autoridad tiene mala prensa, pero no hay sociedad equilibrada sin autoridad. El autoritarismo es malo, la permisividad peor. Nos cuesta aceptar esto. Todorov ha escrito, con razón, que la dictadura es mala pero la anarquía peor.

7. Seguridad, sí; libertad, más aún

Hay que subrayar con fuerza, que en la sociedad occidental (donde está Vasconia), vivimos un serio deterioro de las libertades y del respeto a los DDHH, por mor de la “seguridad”, auténtico fetiche que, en tándem con el dios Mammon, gobiernan nuestro próspero y apocado mundo.

De manera general las libertades individuales y colectivas son tributarias de una apuesta por la seguridad cada vez más coercitiva. De hecho, vivimos una inversión de valores. Hay un cambio en el concepto de seguridad: mientras que en la Revolución Francesa de 1789 la definían por la capacidad de los ciudadanos a resistir al poder del Estado, la concepción actual es totalmente la inversa pues es la seguridad del Estado la que se convierte en el patrón de nuestras libertades.

8. El redescubrimiento del espíritu

Debajo de la demanda del espíritu (espiritualidad), está la afirmación de que los hombres y mujeres somos algo más que mera corporeidad y que las ideas y proyectos forman parte esencial del acervo humano.

Aunque no hay olvidar que espiritualidad no equivale a religiosidad que siempre será una opción personal. Quizás haya que añadir, pese a su obviedad, que la espiritualidad puede ser “no religiosa” e, incluso, atea. Recuerden a Comte-Sponville.

Estaría satisfecho si las reflexiones de esta serie han sido capaces de alimentar las de los lectores del Grupo Noticias. Gracias por leerme. l

Catedrático Emérito de Sociología. Universidad de Deusto