Es impresionante nuestra capacidad familiar para funcionar en modo automático. Consideramos los autopiropos como algo negativo, pero defiendo el mirarse al espejo y piropearse cuando las cosas te salen bien, faltaría más. Activar el automático es una decisión de supervivencia, para mi gusto sumamente desagradable pero necesaria. Y nosotras nos hemos adaptado con maestría. Desagradable, porque, si ya la vida en sí es bastante vertiginosa, vivirla apagando fuegos infinitos la convierte en un sinvivir. Pero necesaria porque, de lo contrario, habrá elementos de la gran ecuación que es tu mundo que quedarán desatendidos y eso, en realidad, sería peor que un sinvivir. Charlaba con una buena amiga sobre esta manía que tiene la vida de ponerte a veces muchos palos en la rueda a la vez, como si no pudiera esperar a espaciarlos en el tiempo para dejarte coger aire, o como si jugara con nosotras a ponernos a prueba en una gymkana en la que debemos participar obligadas. Sin duda, uno de mis mayores miedos es ése, la llegada repentina del acontecimiento que pone esa rutina que tanto detesto patas arriba y que, paradójicamente, me hace añorarla a diario durante la crisis. Mi amiga concluía: “solemos creer que no, pero podemos vivir inmersas en estas situaciones de caos, siempre salimos adelante”. Y sí, tiene razón, vaya que sí podemos. Porque sabemos que nos costará más o menos, pero volveremos a la normalidad, quizá con alegría, quizá con un duelo con el que lidiar, quizá con buenas noticias, o con otras peores. Pero saldremos adelante porque somos capaces, porque queremos. Sin embargo, quisiera que, cuando pase algo que ponga mi existencia patas arriba y requiera de toda mi atención, energía y emoción, el mundo me deje bajarme de él y continúe girando sin mí y, una vez resuelta la incertidumbre, me acoja de nuevo sabiendo que volveré a subirme con todas mis ganas. Por pedir…