Hace ahora cuatro años, a escasas horas de la constitución de los ayuntamientos tras las elecciones de 2019, el entonces líder del PSE de Bilbao, Alfonso Gil, ordenó a todo su equipo en el Consistorio que recogiesen sus cosas y abandonasen sus despachos. Hasta entonces, los socialistas habían compartido el gobierno municipal en coalición con el PNV sin mayores problemas y con declarada satisfacción por ambas partes. En el momento en que estos ediles escenificaban su salida, las direcciones tanto del PNV como del PSE tenían firmado un acuerdo marco para gobernar en coalición que se plasmaba, al igual que sucede ahora, en las capitales de la CAV, en las diputaciones y en numerosos ayuntamientos. La maniobra era, obviamente, un farol. Un órdago con el presunto objetivo de encarecer el apoyo socialista con alguna contrapartida, más personal que política, todo hay que decirlo. La cuestión es que los acuerdos de carácter general como el de PNV y PSE hay que sustanciarlos luego caso por caso: programa de gobierno, pactos sobre los desacuerdos, número de áreas para cada cual, competencias, liderazgos, subordinaciones y hasta el nombre de los departamentos. De hecho, siempre ha habido alguna que otra sorpresa el mismo día de la constitución de los ayuntamientos. De ahí que, de cara a mañana cuando se conformen ya los consistorios surgidos de las urnas del 28 de mayo las direcciones de ambos partidos se hayan curado públicamente en salud: cada pueblo es un microcosmos y la estricta disciplina en forma de orden de carácter general no siempre funciona, han venido a decir. Y ya sabemos que, a veces, una salida por la tangente puede desencadenar otra en sentido contrario. Lo ajustado de los resultados en algunos municipios puede dar pie a la especulación. Y es que en ocasiones, la alta política se estrella contra el terreno.