La festividad del Pésaj, Pascua judía, rememora la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto. Pésaj significa “salto” en hebreo y con este nombre el libro del Éxodo recuerda la matanza de los primogénitos egipcios y cómo Yahvé salteó (paso por alto) a las familias judías que habían marcado las puertas de sus casas con sangre de cordero. Así, con luna llena, se inició la salida (éxodo) de Egipto y la liberación del pueblo judío del faraón, quien había desatendido las amenazas de Moisés hechas realidad en seis plagas precedentes: desde la conversión del agua del Nilo en sangre hasta la profunda oscuridad de las tinieblas.
La tradición judía, Torá, prescribe las fechas de conmemoración de ese salto, Pésaj, también llamado Pascua Hebrea, que este año se inició el pasado 5 de abril y termina precisamente hoy día 13. En Israel, este Pésaj 2023 está resultando ser uno de los más convulsos de los últimos tiempos pues los allanamientos de la gran mezquita de Jerusalén, los atentados terroristas, el lanzamiento de cohetes y las manifestaciones multitudinarios se suceden. De hecho, en la mayor manifestación registrada en su historia, cerca de 250.000 personas marcharon por Tel Aviv contra el Gobierno de Benjamín Netanyahu.
Los hermanos de armas, militares reservistas movilizados por el prestigioso teniente coronel en la reserva Ron Sharf, los pilotos de combate –la crema del Ejército de defensa de Israel– anuncian que se saltarán el adiestramiento pues crecen sus suspicacias contra los ultraortodoxos, determinantes en el Gobierno y sin embargo eximidos del servicio de armas. Todo parece patas arriba en Israel, afectado por una enorme ruptura interna entre las élites meritocráticas de defensa, financieras, tecnológica y judiciales que son las que modernizan y lideran el país, y sin élites no hay país, y “los otros”: los religiosos, la periferia social y los racistas, conglomerado que podríamos calificar como populismo, liderado por uno que no lo es: Benjamín Netanyahu.
Esos “otros” que detestan la modernización y apoyan al gobierno cuentan con la indiferencia de los judíos etíopes y los árabes israelíes, sectores importantes de la población que se consideran ajenos a esa fronda según ellos instigada por los hasta ahora privilegiados sionistas y clases dirigentes. La confrontación política tiene por un lado a los partidos de la oposición apoyados en sordina por mandos del Tsahal (el ejército) tradicionalmente de “izquierdas”, las élites económicas y tecnológicas (importantísimas en un país pionero en startups, empresas emergentes, Israel es el segundo ecosistema emprendedor mundial) y la cúpula del poder judicial (Tribunal Supremo). Del otro lado, el Gobierno formado por una coalición de seis partidos: el Likud de Benjamín Netanyahu, el Shas de Aryeh Deri, el Ha Tzionut HaDatit (sionista religioso), el Yahadut HaTorah, el Otzmá Yehudit y el Noam, los cinco últimos marcadamente religiosos. Con sus 64 escaños del total de los 120 parlamentarios de la Knésset (Parlamento), el Gobierno posee la mayoría necesaria para aprobar leyes de gran contenido ideológico-religioso que predican sus integrantes. Parece, pues, que Israel está viviendo una confrontación entre liberales y populistas, si bien el populismo (Netanyahu) se encuentra en el Gobierno, como antes Bolsonaro en Brasil y Trump en Estados Unidos, mientras el liberalismo permanece en la oposición. Un tablero políticamente inestable en todos los casos.
Escándalos de poder
El antecedente de este Pesáj sangriento tiene que ver con otra fatal coincidencia, casi la llamaría inherencia, populista: las consecuencias judiciales de sus escándalos en el poder. Bolsonaro tiene que rendir cuentas antes los tribunales brasileños por corrupción y sedición; Trump ha comenzado una ronda judicial donde el código penal se le queda pequeño ante la cantidad y diversidad de los delitos que se le imputan; y Netanyahu y su esposa –este es el fondo personalista y banal de todo ese embrollo–, como nueva familia Berlusconi, siempre escapando a la carrera, un paso por delante de los tribunales de justicia, acusado de soborno pasivo y malversaciones diversas. Así que Bibi, como se conoce a Netanyahu en Israel, envolvió a su gobierno en una estratagema legal para limitar la competencia del Tribunal Supremo y eludir sus responsabilidades. Esto no es cuento nuevo, somos testigos en la Unión Europa de maniobras gubernamentales para limitar el poder judicial cuando los magistrados se ponen respondones, sin ir muy lejos este es el caso de Polonia, Hungría y, hasta ahora a la chita callando pero ya descaradamente, Italia. Sus argumentos son coincidentes: la democracia liberal es un peligro por su debilidad e incapacidad para resolver problemas como la crisis económica, la inmigración descontrolada o la corrupción política.
Este desbarajuste ha abierto el paso a un nuevo término, la “democracia iliberal”, un sistema democrático por elección donde los gobiernos tienen cada vez menos controles legislativos y judiciales. Es un debate para tiempos de crisis en democracias desfallecientes. Y eso es lo que está ocurriendo en Israel. ¿Cómo ha llegado a esa situación un país que alguien definió como un milagro indispensable? Los judíos, que son judíos y únicamente judíos desde hace 4.000 años, que mayoritariamente practican la única religión en el planeta que tiene una oración especial para las familias cuyos hijos son sabios, que al parecer son escuchados por su Dios pues el 70% de los premios Nobel de ciencia son judíos así como un 22% del total de los Nobel cuando apenas alcanzan el 0,2% de la población humana, están actualmente encadenados a un pensamiento cerril de tolerancia interna cero, lo que equivale a pensamiento político cero.
Un Israel claustrofóbico geográfica e intelectualmente, con la seguridad judía como tema en torno al cual giran todos los demás y en el que resulta imposible apelar a la convivencia con los palestinos proponiendo la coexistencia de dos estados pues la solución de los dos estados ha muerto, apenas un 7% del electorado lo apoya. Este es el país de Netanyahu en el que ha formado gobierno seis veces, un país víctima del populismo donde, ¡tremenda paradoja!, Netanyahu es el mal menor.
No creo que Bibi sea víctima de los extremistas, a los que se quitaría de en medio si llegase a un acuerdo con los partidos Laborista y Meretz si en algún momento salieran los números. Pero por el momento Netanyahu no tiene otro horizonte que acabar con su calvario judicial, ese es su objetivo prioritario, de ahí la reforma tan torpemente iniciada tratando de limitar las competencias de la Corte Suprema, origen de los actuales enfrentamientos.
‘Ley del talión judicial’
Creo necesario explicar que en la férrea persecución por parte del Tribunal Supremo israelí de políticos corruptos o inmorales, de dirigentes sindicales venales o incluso del encarcelamiento del expresidente del Estado de Israel hay un código no escrito, lo llamaría ley del talión judicial, que se podría formular de la siguiente manera: de la misma forma que vosotros mandáis a la guerra a nuestros jóvenes, enorme responsabilidad, pagaréis bien caro por los delitos cometidos con motivo del ejercicio del cargo político, enorme irresponsabilidad. Como en política, israelí o de cualquier otra latitud, las cosas pueden ser más complejas y podría ser que la reforma radical de Netanyahu se tratara de una iniciativa para negociar luego a la baja con la oposición, aunque me inclino por pensar en lo más peligroso y es que el Gobierno haya concluido que la democracia liberal no sea del gusto de la mitad más uno del país, suficiente para poner todo patas arriba. Por lo pronto, el electorado rechaza una nueva convocatoria electoral que es más que dudoso que trajera estabilidad política y social.
Durante este Pésaj, Netanyahu ha anunciado que paraliza la reforma judicial, lo que se interpreta como un tiempo muerto en búsqueda de una solución. ¿Pero cuál? Por el momento, Bibi ha ofrecido la entrada de nuevo en el Gobierno al cesado ministro de Defensa Yoav Galant, espoleta detonadora de esta crisis, quien advirtió de la fractura interna en el ejército y consiguiente riesgo para la seguridad nacional por la reforma judicial propuesta por Netanyahu. Mientras tanto, se mantiene la huelga general inédita convocada por el presidente de la Federación Nacional del Trabajo y apoyada por los empresarios. Aunque en la difícilmente entendible política israelí, el actual conflicto podría resolverse de inmediato si a Netanyahu se le ofrecieran garantías de acabar con su calvario judicial por la puerta de atrás. ¿Estaría dispuesto a ese apaño el exministro de Defensa, general Benni Gantz, líder del opositor Partido de Unidad Nacional para conformar un nuevo gobierno con Bibi? Las cosas han ido muy lejos esta vez y, lo que es peor, un cada vez mayor número de ciudadanos prefieren la política de los pequeños corruptos que la de los principistas e incorruptibles, quienes a su entender acaban por enredarlo todo; y ahora no sé si estoy hablando de Israel o de España. Israel, feroz en sus enfrentamientos internos, no ofrece fisuras contra el enemigo exterior. Pero la convivencia solamente se mantiene cuando los ciudadanos se sienten libres y confían en los demás al mismo tiempo. Y eso se ha roto en Israel en este Pésaj.