Los coches utilizan los intermitentes; cuando vamos en bicicleta, alzamos el brazo. Es nuestra manera de indicar si vamos a la izquierda o a la derecha, de advertir a quien tenemos cerca de cuál es nuestra intención. Evitamos así muchos accidentes y facilitamos la circulación.

En las relaciones personales también utilizamos otros instrumentos como los intermitentes, en este caso gestos y palabras, para indicar hacia dónde vamos, qué queremos conseguir, cuál es nuestra intención con lo que estamos haciendo o diciendo. No siempre los usamos, porque en algunas ocasiones no nos conviene ser demasiado transparentes, pero, por lo general, vamos dando información sobre el siguiente paso a dar. Es una manera de que las cosas queden claras, una forma de honestidad.

Hay, sin embargo, algunas personas que, por regla general, ocultan siempre sus intenciones. Lo hacen, por un lado, porque les gusta crear incertidumbre o un mínimo de incomodidad en la persona que tienen enfrente con el objetivo de tenerla en vilo. Les gusta envolverse en un halo de misterio para darse importancia. Pero lo hacen también para defenderse y ocultar su debilidad: evitan dar demasiada información sobre sí mismas para que no se les vuelva en su contra o no tengan que rectificar en un futuro. Su mensaje es generalmente vago y muchas veces se esconden bajo la máscara de la ironía o la broma para no responder directamente a la pregunta de por qué hacen esto o lo otro, para no mostrar sus verdaderas intenciones.

Me he dado cuenta, con los años, que la gente con la que realmente estoy a gusto, con la que estoy tranquila, con la que me permito ser yo misma sin miedo, es gente clara, de la que lleva intermitentes, de la que te informa desde el principio de hacia dónde va y hacia dónde te quiere llevar. Me hace sentir bien tener cerca a gente valiente que no tiene miedo de mostrar sus intenciones. Gente que levanta el brazo advirtiéndote de que va a un lado o al otro, aunque no vaya en bicicleta.