Pobre Garamendi. No lo digo por lo de su subida de sueldo, que pobre, precisamente, no le deja. Lo digo porque está viviendo en sus propias carnes aquello de que el dinero no da la felicidad, ¿verdad Antonio? Se quejaba en televisión de que los empresarios son vapuleados a diario. Y ahora le ha tocado a él. Censuran su pingüe aumento de sueldo, le acusan de ser un falso autónomo… Y, claro, se ha sentido tan acorralado que, en el fragor del directo, se vio abocado a describir su caso con un símil, dicho suavemente, un pelín extremo. “Perdona el ejemplo, (dijo, porque Antonio, un hombre culto y muy correcto, ya sospechaba que iba a arder Troya), pero esto es como cuando hay una violación y dicen que la chica iba en minifalda. No acepto pulpo como animal de compañía”. Y se quedó tan ancho. Después volvió a pedir perdón, faltaría más, porque el cargo que ocupa y su exquisita educación le han otorgado un envidiable saber estar. Ay Antonio… Permíteme decirte, aunque no te conozca de nada y no tengas pinta de que te importe mucho el qué dirán, que tienes un cuajo de nivel. Supongo que, cuando hiciste esas declaraciones, en tu afán de dotarles de gran impacto para que los curritos llegáramos a entender tu desazón, no pensaste en que una violación no tiene mucho que ver con los 380.000 euros que te vas a levantar cada año. Una violación es injusta, abusiva, violenta, humillante, paradójicamente, te hace sentirte culpable y, a veces, incluso, acaba con tu vida. Y no parece que nada de esto tenga siquiera algo que ver con tu situación. Querido Antonio, deja de compararte con lo incomparable, anda. Deja de hacer el ridículo y asume tu condición. Tú perteneces a los que están al otro lado, a los que deciden por nosotros, no a los que sufren la crueldad de este mundo. Y, aunque sé que es una quimera romántica, espero sinceramente que el tiempo te ponga en tu lugar.