studiaba todavía en aquel ahora tan lejano 1995 cuando José María Aldaya fue secuestrado. Entonces, desde el autobús de subida a la universidad se podía leer en una pared "Aldaya, calla y paga". Estaba escrito allí y en otros muchos puntos de nuestros pueblos y ciudades.
Imposible -y obligado- no recordarle hoy a él, a la persona que fue y lo que sufrió. Primero porque José María Aldaya perdió de manera cruel y gratuita uno de sus 80 años de vida en un zulo de 3,5 metros de largo por uno de ancho y dos de alto.
"Intento olvidar", resumió en el juicio ante sus secuestradores en el año 2008. Pero la sociedad vasca no debe olvidarle a él. La reforma laboral, cancelaciones de conciertos, quejas de la hostelería, nuevos protocolos de rastreo de la covid-19, etc,etc, no puede minimizar siquiera un ápice de la deuda que tiene nuestro país con este empresario guipuzcoano que llevó para sí durante toda su vida la inhumanidad con la que fue tratado por parte de los terroristas de ETA y quienes les apoyaban entonces políticamente.
Ayer estuve todo el día esperando una reacción de la izquierda abertzale. Escuchar en boca de alguno o alguna de sus dirigentes unas palabras de memoria para José María Aldaya. Pero fue en vano. No se crean que mi máxima era la condena o el rechazo de lo que padeció sin ninguna justificación. No. Con el mismo "sentimos su dolor. Nunca debió haberse producido" que tan magníficamente nos soltó Arnaldo Otegi al referirse a las víctimas de ETA en los jardines del Palacio de Aiete hubiese bastado. De largo. Que ya sería algo. Pero nada.
Y puestos a rebajar niveles -que igual 341 días de secuestro no lo merecen y yo me estoy haciendo castillos en el aire-, ni siquiera esperaba que la condolencia fuese expresada de viva voz ni por Otegi. Unas líneas en un comunicado, un tuit. Algo es algo. Pero nada. Silencio.
Es una afrenta a toda la sociedad callar ante la muerte de Aldaya y aplaudir hace dos semanas a quien dirigía ETA, Mikel Antza, cuando el empresario fue secuestrado. Vaya por delante este ejercicio de memoria para quien no desea tenerla. Descanse en paz, José María Aldaya.