on motivo del décimo aniversario del fin de la actividad armada de ETA, el miércoles mostré en estas mismas páginas mi asombro ante "algunos políticos y medios de comunicación de la derecha española que defienden que el fantasma no solo está vivo, sino que nos ha ganado la partida. Sorprende que quieran regalar a ETA inexistentes triunfos". Ese mismo día, Jaime Mayor Oreja publicaba en otro medio un artículo que constituye un perfecto modelo de ese discurso que yo denunciaba.
El exministro del Interior monta el andamiaje de su argumentación sobre una confabulación que deja pequeñas las paranoias conspirativas de Miguel Bosé. Cito literalmente, ya que de otro modo usted creería que me dejo llevar y exagero: "Después del atentado del 11-M, se produjo un acuerdo marco entre ETA y Rodríguez Zapatero, en virtud del cual se acordó una colaboración entre ambos (...). Zapatero ofrecía la destrucción no solo del orden constitucional (...), sino también la de un orden social asentado en los fundamentos cristianos". En el artículo no aporta el exministro una prueba, un indicio, un dato que sustente su teoría. Su partido gobernó durante siete años tras aquel supuesto acuerdo y, por lo tanto, ha dirigido los servicios de inteligencia y policiales, de modo que bien podría haber promovido investigaciones para remitir elementos de prueba a los tribunales, pero no ha sido así. Los defensores de que los extraterrestres construyeron las pirámides de Egipto acostumbran a mostrar mayor preocupación por la consistencia de sus afirmaciones.
Que la conspiración iniciara, en el imaginario de Mayor Oreja, en el evento catártico de los trenes de Atocha da pistas quizá sobre los abismos psicológicos de los que brota esta teoría.
La argumentación del artículo sigue la lógica del silogismo clásico: a) las cosas que no se ajustan a mi visión del mundo son ETA; b) hay cosas que no se ajustan a mi visión del mundo en el Gobierno de España; c) luego ETA gobierna España. Seguro que ahora sí cree usted que exagero. Así que me veo de nuevo obligado a citar al autor.
Premisa mayor: "ETA más que una estricta organización terrorista ha sido siempre esencialmente un proyecto de ruptura de España, tanto de la nación como de sus fundamentos históricos". Premisa menor: el Gobierno busca "la destrucción de un orden social asentado en fundamentos cristianos, (y se) aproxima una reforma constitucional, (que incluye) el reconocimiento al derecho a la autodeterminación". Ergo, conclusión: "Se ha negociado un proceso con ETA. No se la ha derrotado. Está ganando por goleada".
Lo más grave de este discurso, más allá de su demencia contrafactual, es que afecta a la línea de flotación de la deslegitimación del terrorismo que debería constituir la prioridad de nuestra agenda post ETA. La lógica de la democracia es que, sin violencia, las ideas de los diferentes pueden defenderse siempre que respeten la propia democracia, los derechos humanos y la dignidad de las personas. Así, por ejemplo, la independencia de un territorio o un orden social distinto al "asentado en fundamentos cristianos" (sea lo que eso fuere para el autor). Lo que hacía de ETA un enemigo de la democracia era que empleara la violencia y el totalitarismo para defenderlo. Pero Mayor Oreja nos dice que no, que la violencia era en ETA algo no esencial, no fundamental a la hora de entender su verdadera identidad, secundario a la hora de condenarla; nos dice que, si le quitas a la organización el elemento de la violencia, sigue siendo lo mismo, que el terrorismo no la define esencialmente.
Si Mayor Oreja estuviera en lo cierto, ETA habría triunfado más allá de sus más calenturientas y ambiciosas expectativas. Jamás nadie, ni en el Zutabe más encendido de los tiempos gloriosos, soñó tanto éxito para ETA, ni le concedió tanto triunfo, tanta trascendencia histórica, tanta gloria, en una sola página.