omo si se hubiera detenido el tiempo, desde la aparición y desbocada propagación de la covid-19 se repite cada día un mismo guion en el que las variantes son escasas: contabilidad de nuevos casos, nuevos ingresos en planta, nuevos ingresos en UCI, nuevos muertos, nuevas restricciones de nuestros usos y costumbres, nuevas normas de confinamiento, limitación de reunidos, cierres perimetrales de pueblos y ciudades, cierres intermitentes de la hostelería, reuniones del LABI, reuniones interterritoriales, mascarilla, distancia, lavado de manos, vacunas que llegaban pero no llegan, insolidarios y energúmenos que se ciscan en las normas de obligado cumplimiento, broncas de fin de semana entre sirenas, llamas, pedradas y porrazos, ERTE, paro, cierres de empresas€ Como si hubiéramos entrado en una noche oscura o nos cubriera una nube de desesperanza de la que nunca acabaremos de salir.
Hay que reconocer que la mayoría del personal va afrontando esta calamidad con más disciplina que resignación, que sabe cuánto le va en ello pero no acaba de conformarse con los palos de ciego de la autoridad, que puede entender que estamos ante una maldición desconocida pero que en un año ya deberían haber tenido tiempo para conocerla y acabar con ella. La realidad es que nos está tocando vivir un ambiente de intranquilidad y desaliento difícil de soportar. Y se nota.
Pero quizá lo que más encrespa a la ciudadanía es el cotidiano espectáculo de bronca que están protagonizando quienes más ejemplo debieran dar de serenidad, de madurez y de equilibrio, esos políticos a la greña cuyas miserias de enfrentamiento amplifican los medios de comunicación echando aún más leña al fuego. Penoso espectáculo el de tirarse los muertos a la cara y aprovecharse de la irritación popular por la pandemia para machacar al adversario político. Resulta despreciable verles chapotear insultos en este río revuelto, azuzar a la gente -ya de por sí desmoralizada- en contra de las decisiones decretadas, sean en un sentido o en el contrario porque la coherencia es lo de menos. Nunca como hasta ahora se había acosado a los que tienen que tomar las decisiones con más perseverancia, con más implacable insistencia para castigar el error, la gestión defectuosa, el titubeo, el desacierto, y no digamos la negligencia.
En realidad, ya llevamos lustros acostumbrándonos a que los políticos recurran a la contra, al desgaste del contrario si está arriba, o a su laminación si está abajo. Ofender, más que colaborar. Machacar, más que proponer. Perverso ejercicio de la política difícil de soportar en tiempos que calificaríamos de normales, pero insoportable ahora que las circunstancias nos han perturbado el ánimo y mermado el aguante. Esta misma semana, un periodista habitualmente bien informado escribía que en el actual debate interno en el seno de Sortu y EH Bildu se reconoce que la crisis generada por la pandemia ha provocado un profundo malestar social, que debe ser capitalizado por la izquierda abertzale. Pues estamos apañados.