os gobiernos de Hungría, Polonia y Eslovenia han hecho uso del derecho de veto para bloquear la entrada en funcionamiento del Plan de Reconstrucción Next Generation EU y de los nuevos presupuestos europeos 2021-2027. El problema surgió cuando la presidencia alemana logró sacar adelante su propuesta de condicionar las ayudas al cumplimiento del Estado de Derecho. Entonces los líderes populistas del Este se dieron por aludidos con razón y pusieron en marcha los mecanismos de obstáculo a la llegada a las capitales europeas del imprescindible maná de Bruselas para salir de la crisis. Los cientos de miles de millones de euros comprometidos en el acuerdo del pasado mes de julio, se han quedado en el limbo de la insolidaridad impuesta por unos Estados gobernados por ultranacionalistas que entienden la Unión Europea como un club del que solo quieren extraer beneficios, sin realizar esfuerzo común alguno. Europa se encuentra ahora en la encrucijada de aceptar o no su chantaje: subvenciones por democracia. Una táctica que ya aplicaron en plena crisis de los migrantes que huían de la muerte en la guerra de Siria.
El caso húngaro y polaco difieren poco en su confrontación desde años con Bruselas. Ambos Estados miembro están expedientados en virtud del artículo 7 del Tratado de Lisboa por graves ataques a los derechos y libertades con su acción de gobierno. El artículo 7 del Tratado tiene por objeto garantizar que todos los países de la UE respeten los valores comunes de la Unión, incluido el Estado de Derecho. Su mecanismo preventivo del asolo se puede activar en caso de un «riesgo claro de violación grave» y el mecanismo sancionador solo en caso de una "violación grave y persistente por parte de un Estado miembro" de los valores estipulados en el artículo 2, de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías. Estos valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y hombres.
Económicamente nos estamos jugando la puesta en marcha de un programa y un presupuesto por valor de 1,8 billones de euros, tras el pacto histórico alcanzado el pasado mes de julio por unanimidad de los 27. Unos fondos que si en el verano resultaban ya imprescindibles para acometer la salida de la crisis, tras la segunda ola de la pandemia se han convertido en la única posibilidad de supervivencia para millones de personas en los países más afectados por la enfermedad, como es el caso de Italia y España. No queda margen de actuación, si no se actúa y se actúa ya, las consecuencias sociales del coronacrack pueden ser terribles. Orbán y Morawiecki saben perfectamente que el órdago que acaban de echar sitúa a otros gobiernos al borde del precipicio hacia el abismo de la ruina. Su pretensión en el peor momento de Europa desde la II Guerra Mundial, no es otro que recibir ayudas sin que se les pongan condiciones políticas y puedan seguir llevando a cabo sus planes populistas autoritarios sin "injerencias".
La UE está ante la enésima encrucijada de su tormentosa existencia. Inmersa cómodamente en las poli-crisis, si ahora no da respuesta adecuada a las dramáticas necesidades de sus ciudadanos, habrá firmado su sentencia de muerte. Es evidente que muchos dirán que es mejor hacer la vista gorda ante las tropelías que los gobiernos del veto comenten en sus países, coger el dinero y echar a correr hacia un futuro ya de por sí muy incierto. Son del camino fácil, los de los atajos y sálvese quien pueda, en una palabra: los que nunca han creído en una Europa unida, sino en una unión temporal de intereses. Esa visión cortoplacista que prefiere democracias de bajísima calidad a cambio de dinero, es la que no nos ha permitido avanzar seriamente en el proyecto de construcción europea. Ceder hoy al nuevo chantaje de Orbán y su séquito de eurófobos, como ya sucedió cuando miles de seres humanos sufrían a las puertas de nuestras fronteras huyendo de la Guerra de Siria, es rendirse ante aquellos contra los que los padres fundadores de la UE lucharon. La libertad no tiene precio, porque sin ella nada tiene valor.