Vitoria. Diego Armando Maradona tendrá para siempre el copyright de La mano de Dios desde que en el Mundial de fútbol de México 86 abriese la cuenta ante Inglaterra con un gol que ha pasado a la posteridad con tanto eco como el antológico segundo que le proporcionó el sobrenombre de barrilete cósmico. Sin embargo, desde ayer, la afición del Baskonia puede patentar una nueva versión que, sin duda, será ya también inevitablemente suya para siempre: Las manos divinas. Esas, que durante los cuarenta y cinco minutos de agónico tercer encuentro de la final sostuvieron al plantel de Dusko Ivanovic y, en el último segundo cuando ya el oxígeno no llegaba a ningún pulmón, auparon a Fernando San Emeterio para que milagrosamente transformara la canasta de su vida entre todas las torres blaugranas y situará la tercera Liga ACB en las vitrinas del Buesa Arena.

Si lo sucedido hasta alcanzar ese momento se había ganado un sitio por méritos propios en las páginas más destacadas de la afición del Caja Laboral, qué decir de lo que llegó tras el tiro libre final. Éxtasis colectivo en el que se celebró no ya sólo el magnífico colofón a esta temporada 2009-10 sino también la ansiada revancha de todos aquellos títulos que por unos motivos u otros se han escabullido entre los dedos en los últimos ejercicios -San Emeterio por fin logró matar el recuerdo de Alberto Herreros que tanto dolor provocaba en los seguidores vitorianos-.

Más de media hora después de la conclusión de la contienda, ni un alma se había movido del Buesa Arena y toda la plantilla, con Marcelinho Huertas como inconfundible maestro de ceremonias, festejaba por todo lo alto el premio al agotador trabajo desarrollado durante una extenuante campaña en la que no siempre las cosas salieron como se esperaba.

Como no podía ser de otra manera, las redes de ambas canastas perecieron bajo el ritual que las destina al cuello de los campeones, el champán regó a todos los presentes, el MVP Splitter fue objeto de la súplica colectiva de casi diez mil almas para que prolongue su estancia en Vitoria al menos un año más antes de emprender su aventura en la NBA, toda la plantilla limpió el parqué del Buesa con sucesivos lanzamientos en plancha y hasta el duro Dusko Ivanovic no pudo resistirse más a la llamada de la afición y tuvo que volver a salir por el túnel de vestuarios con el trofeo de campeón en la mano para ofrecérselo al pabellón. En definitiva, una apoteosis mayúscula que puede resumirse con la imagen del torero San Emeterio lidiando al torito Huertas y que sin duda generará todavía más afición para llenar el nuevo Buesa.