Tras ser presentado oficialmente por la mañana, Javi Calleja se estrenó ayer como primer entrenador del Deportivo Alavés dirigiendo la sesión de enrenamiento vespertina en Ibaia. Asume de este modo el madrileño un puesto de trabajo que podría encuadrarse dentro de la categoría de muy peligrosos teniendo en cuenta la implacable puerta giratoria en que se ha convertido en los últimos tiempos. Y es que el nuevo máximo responsable del equipo es el quinto que asume esa responsabilidad en apenas nueve meses.

El 5 de julio del año pasado, Josean Querejeta hacía oficial la destitución de Asier Garitano a falta de cuatro jornadas para la conclusión del ejercicio. López Muñiz cogió el relevo y mantuvo al equipo en Primera pero no obtuvo el crédito suficiente para continuar en el puesto.

Fue el turno de Machín, que no pudo llegar a celebrar el centenario y la segunda etapa de Abelardo finalizó este lunes de manera abrupta. El Alavés se ha convertido, en definitiva, en una auténtica trituradora de entrenadores que, por decisión propia o ajena, no permanecen en el cargo.

Una tendencia que no se limita a los últimos meses sino que puede extenderse a los casi diez años que han transcurrido -se cumplirán en apenas unos meses- desde el desembarco del Baskonia en Mendizorroza. El Glorioso vive en una eterna lucha por la supervivencia entre los mejores y su banquillo no es ajeno a esta agónica circunstancia.

De hecho, son 16 los entrenadores que ha contratado el club desde la llegada del grupo de Querejeta, diez de ellos -nueve al repetir dos veces a Abelardo- en las cinco temporadas que han transcurrido desde que logró el último regreso a Primera.

La aventura en la élite comenzó con controversia -despido de Bordalás a pesar del ascenso- aunque terminó muy bien de la mano de Mauricio Pellegrino. El Alavés se clasificó noveno en la Liga y alcanzó la final de la Copa que perdió contra el Barcelona en el último encuentro oficial del Vicente Calderón.

El Alavés decidió no apostar por el argentino, que se marchó a probar fortuna en Inglaterra, y vivió un tormento que a punto estuvo de devolverle a las catacumbas del fútbol. Empezó la temporada 2017-18 bajo la batuta de Luis Zubeldia, compatriota de Pellegrino al que se le pronosticaba un prometedor futuro.

La paciencia de Querejeta solo duró cuatro jornadas antes de dar el experimento por fallido. Tras el paso interino de Javier Cabello durante dos jornadas, el club apostó por un modelo de gestión completamente opuesto y optó por la veteranía del italiano Gianni De Biasi. Tampoco duró mucho, apenas siete jornadas.

Con el equipo prácticamente desahuciado llegó la primera etapa de Abelardo -segunda si se cuenta su temporada como jugador- para intentar revitalizar a un paciente en coma. Su primer partido en el banquillo albiazul -remontada en Girona de 2-0 a 2-3 en veinte mágicos minutos- produjo una catarsis en la plantilla que salvó con holgura la categoría en una segunda vuelta espectacular.

Mejor aún comenzó Abelardo la siguiente temporada hasta el punto de completar la mejor primera vuelta en la historia albiazul con 32 puntos. Una vez finalizada la temporada (en el puesto undécimo), el gijonés se desvinculó del Alavés.

La pasada campaña comenzó con Asier Garitano en el banquillo pero el confinamiento de marzo hundió al equipo y fue destituido a cuatro jornadas del final ante el evidente riesgo de descenso. Acabó la temporada Juan Ramón López Muñiz que, al menos, consiguió certificar la salvación.

Este pasado verano se apostó por Pablo Machín y su libreto de fútbol vistoso y dominador de la pelota. Pero lo cierto es que ese buen juego se vio con cuentagotas y el equipo fue empeorando sus prestaciones hasta que en enero Querejeta recurrió otra vez a Abelardo.

La nueva etapa del asturiano en el banquillo local de Mendizorroza ha sido esta vez mucho más corta y menos fructífera. Con solo cinco puntos en once jornadas de Liga, una sonrojante eliminación copera ante el Almería y el conflicto con Lucas Pérez como telón de fondo, el lunes se despidió para dejar su sitio a Javi Calleja.

El madrileño se sienta en la silla eléctrica albiazul con el doble objetivo -de máxima dificultad en ambos casos- de lograr salvar al equipo del descenso y dotar de un mínimo de estabilidad al puesto de entrenador del Glorioso.