Vitoria - Los seguidores del Deportivo Alavés regresaron al pasado, a la parte más oscura y sufrida del mismo, mientras seguían las evoluciones de su equipo en el Heliodoro Rodríguez López. Se había caracterizado José Bordalás por sus apuestas agresivas y arriesgadas en la mayoría de los partidos a domicilio, pero en la visita al Tenerife optó por una variante excesivamente conservadora que naufragó por completo. Con este cambio de guión, El Glorioso volvió a recordar al de sus peores compromisos lejos de Vitoria de las dos últimas campañas. Partidos en los que lo prioritario era aguantar el resultado redoblando los esfuerzos defensivos y tratar de aprovechar un zarpazo aislado para puntuar. Y en los que el resultado, de manera mayoritaria, casi siempre acababa castigando ese carácter especulador. El sábado el Alavés volvió a recuperar esa tétrica versión que tantas y tantas veces se repitió en las dos campañas precedentes. No puso apenas nada en el haber de la balanza para llevarse la victoria y, como consecuencia lógica, acabó perdiendo.

El planteamiento que realizó Bordalás no es nada extraño si se extrapola al habitual en la Liga Adelante, ya que la mayoría de los entrenadores optan por esa especulación cuando actúan como visitantes y ponen especial énfasis en la destrucción e intentar cazar algún gol al contragolpe. Pero, en el caso del alicantino, para nada casa esa apuesta con el que viene siendo su habitual estilo de salir a morder a los rivales sin hacer distinciones entre los partidos de Mendizorroza y los que hay que afrontar lejos de Vitoria. El ejemplo más claro era precisamente el más reciente. Y es que las derrotas de Lugo y de Tenerife no tienen nada que ver. Lo que entonces se pudo achacar al mal fario y la falta de puntería, en esta ocasión no encuentra justificación alguna.

El preparador alavesista planteó una revolución con variante táctica y muchos cambios en el once, pero fracasó por completo. Y el desastre no cabe achacarse tanto a esas variantes como a la actitud completamente diferente con respecto a partidos precedentes con las que su equipo encaró el encuentro.

Fue el cuadro albiazul un equipo especulador y poco ambicioso. Se olvidó de ahogar al rival con una presión adelantada, acumuló jugadores en el centro del campo solo para dedicarse a entorpecer al rival y no fue capaz de salir ni una sola vez a la contra además de cometer graves errores con el balón. Un remate de peligro, el de Femenía al borde del descanso, fue todo su bagaje ofensivo en noventa minutos que fueron de mal en peor. Y es que ni siquiera existió reacción al final tras encajar el gol del Tenerife.

Recordó el alavesismo un pasado muy oscuro en el que el equipo era incapaz de sumar a domicilio por el propio miedo a ir de cara a por el rival. Y, en este sentido, una imagen vale más que mil palabras. Ver a Gaizka Toquero erigirse en sucesor de algunos delanteros de este equipo que en campañas precedentes han tenido que interpretar papeletas similares a la suya el sábado era algo completamente inesperado. Fue el vitoriano un islote totalmente aislado en el ataque, sin ningún apoyo por parte de sus compañeros y entregado a una batalla perdida de antemano. Corrió como nunca -o como siempre, en su caso- el de Ariznabarra, pero sin apoyo ninguno. Ejerció de nueve quijotesco, una demarcación ideada por los entrenadores de este equipo cuando se empeñan en esperar y esperar a no se sabe qué a domicilio.