Murcia. Sufre el Deportivo Alavés una herida en su piel que no deja de manar sangre y para la que no parece existir solución. Como si estuviera falto de plaquetas, el conjunto vitoriano no consigue formar un coágulo lo suficientemente resistente como para que la vida no se le escape a través de esa hemorragia que no cicatriza. La defensa de las jugadas a balón parado se está convirtiendo en todo un trauma para un equipo que se mete en apuros cada vez que el oponente se encamina a ejecutar una de estas acciones que tanta relevancia tienen en la categoría de plata. Sea por nerviosismo, por desacierto o por pura mala suerte, los últimos compromisos ligueros se están convirtiendo en una auténtica tortura en este sentido, ya que ayer en La Nueva Condomina se volvieron a repetir unos males bien conocidos.
Ha comentado en alguna ocasión Natxo González que no teme que en el equipo se genere un estado de ansiedad cada vez que el oponente ejecute una jugada a balón parado, pero si ese extremo no se ha alcanzado ya poco queda para llegar. Ayer, de nuevo, volvió a naufragar el equipo en este sentido, acompañado en esta ocasión por esa mala suerte que supone meterse un gol en propia puerta como lo hizo Luciano en el primero del Murcia.
Eso sí, antes de la catástrofe, ya había dado un serio aviso el conjunto local mediada la primera parte con un cabezazo al larguero de Acciari en un saque de esquina. Parecía que había salvado el Alavés su particular despiste de todos los días, pero nada más lejos de la realidad. En el arranque de la segunda parte llegó la citada acción desgraciada de Luciano que había arrancado con un saque de falta lateral de Saúl que se paseó por el área hasta caer en las botas de Mauro, quien devolvió el balón al segundo palo donde seguía Saúl solo para rematar. Se enredó Luciano en el despeje, pero de no haberlo hecho un par de jugadores del Murcia estaban ya al acecho para ejecutar.
Fue una acción con parte de error y parte de mala suerte a la que el Alavés supo sobreponerse para igualar el partido con el gol de Manu García, pero en vez de seguir pisando el acelerador el cuadro albiazul optó por volver a replegarse en busca de una contra.
Y en el pecado halló la penitencia. Y fue de nuevo en una falta en el centro del campo -bien hecha por Jaume- que teóricamente no debería haber sido peligrosa. Saque raso en vertical hacia el área de Wellington y allí apareció solo Kike para conectar un disparo cruzado ante una zaga perpleja, superada de nuevo por una jugada de estrategia y que todavía es incapaz de contener la herida por la que se desangra.