Zubieta. A quien le dijeran que el equipo que hace una semana vestía de albiazul y ayer lo hacía de granate era el mismo, no podría ni creérselo. Todas las señas de identidad que el conjunto vitoriano desplegó magistralmente ante Osasuna quedaron de nuevo olvidadas en lo más hondo del baúl para abrir de nuevo el tarro de unas esencias que no por conocidas dejan de ser malas. La presión adelantada asfixiante se volvió tímida. La salida combinativa del balón se transmutó en pelotazos. Cada balón disputado, que fueron la mayoría, acabó cayendo del lado donostiarra. Los mismos once jugadores, pero un equipo completamente distinto. El vergel futbolístico de la pasada jornada volvió a demostrarse auténtico oasis en el desierto en la presente. Nada de nada. O demasiado poco. Y de nuevo cuando las manecillas del reloj decían que no había tiempo para más. Una historia conocida con múltiples desenlaces vividos, pero que ayer volvió a deparar un empate merecido por los escasos méritos realizados por un Deportivo Alavés que no arranca.
A José Carlos Granero le gustó mucho la puesta en escena y el desarrolló del partido ante Osasuna y optó por no variar el reparto de los protagonistas. Los mismos once con la misma idea, pero en pocos minutos se pudo comprobar que la interpretación del guión no iba a resultar tan brillante. Como si las estrellas hubieran dado paso a los secundarios. De la brillantez a la más absoluta opacidad.
El Alavés no tuvo el balón en sus pies y tampoco fue capaz de arrebatárselo a una Real Sociedad que combinó la salida raseada con el desplazamiento en largo generando mucho peligro casi desde la primera acción del juego. Rangel volvió a erigirse en salvador con pies y manos decisivas para atajar cualquier conato de peligro.
En el otro lado de la balanza, el ofensivo, casi nada. Un equipo romo, plano, incapaz de enlazar y de dar más de tres pases seguidos más allá de dos jugadas, una por parte. Un gol anulado a Quintanilla por supuesto fuera de juego impidió al cuadro albiazul desequilibrar el partido y moverse en el terreno que mejor maneja. Si no se adelanta pronto, este equipo sufre demasiado y se atasca en sus propios problemas para conducir el balón a la vez que genera peligro.
El paso de los minutos, eso sí, fue mermando el rendimiento de un cuadro donostiarra que no supo aprovechar alguna de sus varias oportunidades, sobre todo las brotadas de los guantes que calza por botas el genial Rubén Pardo. La tensión aprieta a los jóvenes pupilos de Kodro que no por nada ocupan puestos de descenso. Talento tienen de sobra, pero les falta temple para acallar la voz de los nervios.
De eso quiso sacar provecho el Alavés a lo largo de una segunda parte en la que le fue comiendo los metros y el balón a un rival cada vez más encastillado en torno a su portería, pero capaz a la vez de sacar chispazos de auténtico peligro. El conjunto vitoriano fue incrementando su dominio con el paso del tiempo y buscó con los cambios ese incremento en el ritmo que hasta el momento era bajo.
Lo consiguió sobre todo desde la entrada de un Meza Colli que dio un nuevo aire al ataque a base de velocidad y desparpajo para intentar cosas. Pero claro, para meter un gol hay que tirar entre los tres palos y el conjunto alavesista no lo hizo ayer en todo el partido.
De nuevo, al toque de corneta. De nuevo en unos últimos minutos de infarto. La moneda podía caer de un lado o de otro, pero volvió a elegir el canto, el signo del empate. Suma y sigue, pero de uno en uno. Misión imposible la de dar el salto en la clasificación y alejar definitivamente unas malas sensaciones que se repiten con demasiada persistencia en este equipo. Cuando todo hacía indicar que la larga travesía por el desierto ya había finalizado, el Alavés optó por coger la senda de regreso hacia su particular infierno. Los males no se erradican y se puede acabar pagando caro.