No es fácil, ni siquiera para un veterano curtido en mil batallas, enfrentarse a un partido de la trascendencia que encerraba la final que un equipo modesto como el Deportivo Alavés debía disputar ante un aristócrata del fútbol continental como el Liverpool. Cada futbolista superó sus miedos a su manera durante los días previos a la cita. Aunque alguno llegó al estadio con sus temores en la mochila. Fue el caso de Hermes Desio. Manu Goienetxea, médico del Alavés actualmente de baja aquejado de una enfermedad pulmonar, tuvo que ejercer como improvisado psicólogo en el vestuario del Westfalenstadion para tratar de templar los ánimos de varios de los componentes de aquella inexperta plantilla. "Era normal. Yo mismo cuando entré al estadio estaba un poco acojonadillo. Ver a los hinchas del Liverpool, que no paraban de cantar, que casi estaban ya celebrando lo que creían que iba a ser una victoria sencilla, daba respeto", recuerda el doc, cuya mediación en la crisis nerviosa que sufrió Hermes Desio pocos minutos antes del partido resultó decisiva.

El jugador argentino, un futbolista experimentado de 31 años, acudió en su busca cuando otros compañeros reconocían el césped y charlaban sobre lo que estaba a punto de pasar. Los rugidos de la hinchada inglesa se colaban por los pasillos del estadio. "Joder, doctor, qué nervios, no sé si voy a poder jugar. Ponme algo, ponme lo que sea. Levántame la fuerza y el ánimo", le suplicó el futbolista.

Goienetxea, alucinado ante el desplome de uno de los símbolos de la garra y el aplomo de aquel plantel albiazul, tuvo que inventar algo rápido. Y fue ocurrente: "Le dije que no se preocupara, que yo se lo arreglaba en un segundo. Así que cogí un antiinflamatorio y se lo di", explica el médico del conjunto albiazul. "Sabía que no iba a hacerle nada, que no servía para nada y que no le calmaría los nervios, pero el placebo funcionó".

Y tanto que funcionó. Desio, como de costumbre, recorrió muchos kilómetros esa noche. Su entrega sostuvo a un equipo al que sólo la desgracia apartó de la gloria. Luego, tras la derrota, jugador y médico volvieron a encontrarse. Goienetxea fue de los primeros en saltar al césped. Encontró a Desio tirado sobre el césped, llorando, exhausto. Y se fundieron en un abrazo. El placebo había funcionado.