as elecciones presidenciales de Alemania serán históricas por un doble motivo. Por un lado, decidirán el presidente que tendrá que dirigir Alemania en el futuro mundo poscovid. Y por otro lado, significará el adiós de la mujer que ha dirigido los últimos 16 años el país, Angela Merkel. Una líder cuya trayectoria política es fiel reflejo de la historia alemana y europea de las últimas décadas, y en cuyo mandato se pueden vislumbrar los futuros retos a los que tendrá que enfrentarse la primera potencia económica de Europa. Repasar la colosal figura política de Angela Merkel es conocer el pasado reciente de Alemania y de Europa, pero también vislumbrar su futuro.

El reciente libro de la periodista Ana Carbajosa describe de manera minuciosa la trayectoria vital y política de la canciller. Angela Dorothea Kasner (adoptó el apellido Merkel de su primer marido) nació en Hamburgo en 1954. A los tres años, su padre, un pastor protestante, se mudó a Alemania del este en misión evangelizadora. Vistos como enemigos del régimen comunista, Angela y su familia aprendieron el peso asfixiante del dogma comunista y su falta de libertades. Según sus biógrafos, fue entonces cuando Merkel adquirió su clásica actitud prudente y observadora, sabiendo que la Stasi y las autoridades de la RDA utilizarían cualquier excusa en su contra.

En 1989 Merkel fue testigo de la caída del muro y el posterior colapso de la Alemania comunista. Había llegado su momento. Con sus estudios de Física completados y trabajando en la universidad, dio el paso a la política. El régimen se hundía y era el momento para que una generación de jóvenes que habían vivido asfixiados por las autoridades comunistas transformase su país. Merkel optó por un pequeño partido que concurrió a las primeras elecciones libres de Alemania del este con la CDU, venciéndolas con gran claridad. El líder de la CDU del este, Thomas de Maiziére, fue elegido presidente, y este a su vez eligió como portavoz de su gobierno a la joven profesora de Física. Merkel sería testigo directo del proceso de reunificación de Alemania en primera línea. Su carrera política había comenzado.

Una vez reunificada Alemania, Kohl y su CDU renovaron la presidencia de un país por fin unido. De Maiziére se convirtió en vicepresidente, en un claro guiño a los alemanes del este. Y Merkel vio recompensado su trabajo con el ministerio de Mujer y Juventud en primer lugar y, después, el de Medio Ambiente. Una nueva generación de jóvenes venía pisando fuerte en la CDU con un deseo de renovar el gran partido de la derecha alemana. Deseaban un viraje hacia el centro, intentando modernizar el mensaje y la política tradicional del partido. Pero todavía no les había llegado su oportunidad.

Esta llegó en las elecciones de 1998. Helmut Kohl, el gran hombre de Estado, perdió las elecciones ante el socialdemócrata Schroeder. Meses después estallaba un escándalo de financiación del partido, que puso a la CDU contra las cuerdas, recordando lo que le había pasado a la Democracia Cristiana en Italia. Kohl no negó aquellas donaciones, pero se negó a clarificar su origen. Meses después, en un momento en el que el partido se encontraba en crisis, Merkel publicó un artículo contra la vieja guardia de la CDU, atacando a Kohl y a la dirección. Había llegado el momento para que la nueva generación se hiciese con las riendas del partido.

Aquello supuso un enorme trauma. La CDU es el partido tradicional de la derecha, hegemónico en la Alemania de después de la Segunda Guerra Mundial. Heredero del histórico partido Zentrum católico de antes de la guerra, la CDU fue poco a poco aglutinando a toda la derecha democrática, convirtiéndose en uno de los primeros ejemplos de partido democristiano. En sus filas aglutina a tres grandes bloques ideológicos: conservadores, liberales y social cristianos. Su capacidad de aglutinar a todas esas sensibilidades lo ha convertido en un partido hegemónico. Con la nueva generación de Merkel, las posiciones liberales y centristas iban a salir reforzadas frente a las conservadoras. Nacía una nueva CDU de la mano de Merkel.

Como nueva líder de la CDU, Merkel no concurrió como candidata en las primeras elecciones presidenciales que afrontó. Se salvó de aquella derrota. Su candidato perdió por un estrecho margen frente a Schroeder. Fue en la siguiente cita electoral, en 2005, en la que Merkel se presentó por primera vez, y ganó a Schroeder contra todo pronóstico. Por primera vez una mujer se convertía en canciller de Alemania. Había nacido la Alemania del Merkel.

En 2005, cuando Merkel tomó las riendas del país, Alemania era considerada la gran enferma de Europa. Con cinco millones de parados, el país estaba en un momento muy delicado. Merkel, en un primer lugar beneficiándose de las reformas de Schroeder, poco a poco fue haciendo que la locomotora alemana volviera a funcionar. Su estilo sobrio, pragmático y reflexivo de liderazgo caló en los alemanes, que ven en ella la líder que dota al país de la estabilidad y el orden necesario para lidiar un panorama tan complejo como el actual.

Pero a pesar del gran apoyo de los alemanes a su líder, sus críticos subrayan dos lunares en el legado de Merkel. El primero, la postura de la canciller en la crisis de la deuda de 2008. Merkel se convirtió en la figura de la austeridad, que no dudó en imponer unas medidas draconianas a Grecia para salvar al euro. Una política que tuvo mucha aceptación en su país, pero que en Europa la convirtió en la gran enemiga de las economías del sur para la izquierda. Incluso economistas de gran talla la criticaron, aduciendo que su falta de flexibilidad a la hora de suavizar las duras medidas contra Grecia ralentizaron la recuperación de la crisis.

Los críticos de Merkel colocan en la crisis de los inmigrantes de 2015 el otro punto negro de su legado. Aquel año, una avalancha de refugiados, en su mayoría sirios, llegaba a Europa del este en busca de una vida mejor. Durante semanas se trató de hallar una solución a través del reparto de cuotas de inmigrantes entre los miembros de la eurozona. Pero ante el fracaso de las medidas, Merkel decidió abrir las fronteras por las que un millón de refugiados entraron en Alemania. Para la canciller, el haber cerrado las fronteras hubiera supuesto el fin del ideal europeo, además de la pérdida de una oportunidad de progreso económico en una sociedad tan envejecida como la alemana.

A pesar de la clara e indudable justificación ética y humana de aquella decisión, algunos de los críticos de Merkel creen que no midió los efectos negativos que trajo aquella decisión para la política alemana. En primer lugar, dio la oportunidad a la ultraderecha alemana para lograr la fuerza que jamás había tenido en la posguerra. El ultraderechista AfD, partido surgido en contra de las políticas monetarias europeas, fue el gran beneficiado de la crisis de los inmigrantes. Su mensaje xenófobo caló en parte del electorado alemán, logrando ser el primer partido de la ultraderecha en entrar en el parlamento en 2017. Algo que conociendo el pasado de Alemania hizo saltar todas las alarmas.

Por otro lado, a nivel interno, parte del electorado conservador de la CDU abandonó el voto a la formación para apoyar a la AfD. Un hecho traumático en un partido como la CDU, donde su gran fuerza radica en ser capaz de aglutinar las distintas sensibilidades ideológicas de la derecha democrática alemana que están en su seno. El peligro de un trasvase de electorado de la CDU a AfD está ahí, lo que no sólo sería un peligro para el propio partido, sino también para la estabilidad del propio país.

Pero muchos son también los que apoyaron y siguen apoyando la valiente y humanitaria decisión de Angela Merkel aquel 2015, siendo capaz de tomar una decisión ante un tema tan controvertido sabiendo las consecuencias que tendría. Una decisión que, aunque muchos la sigan criticando, quizás la historia la coloque como uno de los grandes legados de la era Merkel. Un legado que con luces y con sombras, nadie puede negar que ha hecho época en Alemania y Europa. La primera mujer canciller alemana nos dice adiós. Hasta la vista Angela.