El coronavirus ha hecho cambiar las agendas de muchas personas que tenían algún viaje o pequeña escapada ya preparados. Las vacaciones de verano están a la vuelta de la esquina y todavía es pronto para saber qué pasará y si se podrán o no retomar esos viajes que en muchos casos han quedado aplazados.

Mientras, aprovechando este lapsus temporal, no está de más comenzar a planear próximas salidas, así que aquí va una sugerencia para pasar cuatro o cinco días en París, ciudad a la que se puede llegar cómodamente en el TGV que une Hendaia y la capital francesa en un trayecto de alrededor de cinco horas.

En esta ocasión la propuesta es familiar, una escapada a París con niños, así que aquí van cinco sugerencias para disfrutar a partes iguales grandes y peques.

Disneyland, un día para volver a ser niño

Contemplar el desfile es uno de los momento imprescindibles.

Organizar un viaje a París con niños y no hacer una parada en Disneyland puede ser complicado. Aunque a priori muchos adultos pueden sacar pegas a esta visita o mostrarse reticentes, la gran mayoría termina por dejarse llevar por un mundo de fantasía y vuelve a sentirse como un niño otra vez. En esta ocasión, Disneyland solo ocupa la primera jornada, porque una ciudad como París tiene suficientes encantos como para resultar atractiva a niños y mayores en muchos puntos.

Partiendo de que en un día es imposible ver todo en este parque, aquí van algunas sugerencias para sacarle chispas:

* Hay que hacerse con un plano del parque y descargarse la app gratuita que existe; son las herramientas perfectas y la mejor manera de consultar la agenda del día, los horarios de los espectáculos, el tiempo de espera en las atracciones...

* Disneyland está en Marnée la Valle-Chessy, a 32 kilómetros del centro de París, y lo más acertado es llegar en tren. Es el RER-A, la línea roja que tiene conexiones desde varios puntos de la ciudad, entre ellas Châtelet Les Halles. El viaje dura cerca de 50 minutos y el billete cuesta en torno a 8 euros (la mitad para los niños). Se recomienda coger billete de ida y vuelta para evitar colas en las máquinas expendedoras al regresar.

* Madrugar es casi obligatorio para aprovechar la jornada completa.

* Al entrar hay un control en el que revisan las mochilas, pero se pueden llevar algo de comida tipo fruta, frutos secos o incluso bocadillos. Además, es muy recomendable llevar una botella de agua, que se puede rellenar en las muchas fuentes que hay en el interior.

* En las atracciones más solicitadas por los visitantes hay opción de utilizar el denominado Fastpass, una especie de ticket gratuito que permite reservar la entrada de algunas de ellas sin hacer cola. Simplemente, se escanea el ticket a la entrada de la atracción y te indica la hora a la que debes regresar. Así, mientras esperas a que llegue el turno asignado para tu pase, puedes seguir visitando las instalaciones.

* Disneyland cuenta con dos parques, el clásico y Disney Studios. Las entradas se pueden comprar juntas o por separado. Cada cual tiene que valorar la edad de los niños y el tiempo disponible para elegir su mejor opción. En el parque clásico las atracciones mejor valoradas son El vuelo de Peter Pan, Piratas del Caribe, It's a Small World, Laberinto de Alicia y Buzzlightyear. Y por supuesto, si hay una cita que nadie puede perderse es el desfile que se celebra cada tarde y en el que hacen presencia todos los personajes de la factoría de dibujos animados. En Disney Studios, destacan especialmente la atracción de Ratatouille y Buscando a Nemo.

Torre Eiffel, Notre Dame, Louvre... Las visitas 'obligadas'

Cualquier viaje a París, por mucho que ya se haya estado anteriormente, tiene una serie de paradas que se consideran obligatorias. La más repetida, y por eso se ha convertido en uno de los monumentos más visitados del mundo, es la Torre Eiffel. Aunque en la actualidad la seguridad obliga a esperar colas y tener paciencia con todo tipo de vigilancia, subir y ver la ciudad desde el último piso merece la pena. Además, es la ocasión perfecta para contar algunos datos curiosos de su historia a los más pequeños, como que a pesar de que hoy en día es un icono mundial, se inauguró en 1889 tras dos años de continuas protestas por parte de muchos artistas y parisinos. Subir hasta la cima cuesta 25,90 euros para adultos y 6,50 para niños.

La Torre Eiffel es, probablemente, el monumento más fotografiado.

Para completar la visita hasta la Torre Eiffel, en los jardines del parque del Campo de Marte se puede pasear, hacer un descanso o incluso montar un pequeño picnic para merendar.

El Arco del Triunfo es otro de esos lugares icónicos, que además permite ver la ciudad desde las alturas. Su mirador es bastante más económico que el de la Torre Eiffel (9,5 euros para adultos y gratis para niños).

Notre Dame es otra de esas paradas imprescindibles en París. Aunque la catedral todavía se encuentra en obras tras el incendió que sufrió en abril de 2019, y todas sus visitas están suspendidas, acercarse hasta allí y disfrutar de su entorno también puede ser atractivo.

En cuanto a museos, entre los muchos existentes hay uno que destaca sobre los demás: el Louvre. Antes de entrar conviene tener en cuenta la edad de los niños y plantear si resultará interesante o no. En caso afirmativo, en lugar de caminar y caminar sin rumbo por su inmenso interior, se recomienda elegir una selección de obras e ir directos a conocerlas.

Lo mismo ocurre con el centro Pompidou, que salvo que se haya reservado alguna actividad infantil previamente, quizá sea más acertado observarlo desde fuera, jugar en su plaza y dejarse sorprender por alguno de los artistas callejeros que habitualmente suelen escoger este lugar para demostrar sus habilidades.

Sacre Coeur y Montmartre: callejear y descubrir

La Basílica del Sagrado Corazón de París, o Sacre Coeur, es otro de los símbolos de la ciudad. Está en lo alto de una colina y una vez a sus pies, se puede subir por su escalinata o bien coger un funicular que funciona con los mismos billetes del metro, y que puede convertir ese trayecto en otra pequeña aventura para los más pequeños. Una vez arriba, viendo la cantidad de turistas que se sientan en su escalinata, lo mejor es copiarles y disfrutar del paisaje sobre los tejados parisinos.

Después, toca callejear por sus alrededores y descubrir cada rincón del barrio de Montmartre. Eso sí, en este trayecto los turistas son los principales viandantes y las tiendas de souvenirs se suceden una tras otra, especialmente en la Rue du Chevalier de la Barre. Hay rincones muy concurridos como la plaza du Tertre, famosa porque allí se reúnen los pintores, y otros menos populares pero igual de bonitos, como la esquina donde se ubica La Maison Rose. Sin duda callejear, subir y bajar por sus callejuelas y descubrir pequeños locales con bonitas fachadas o ir en busca de Le Moulin de la Galette y El Moulin Radet son planes que animan a dejar el mapa de lado y perderse por este barrio.

La orilla del Sena, un espacio con nueva vida

El Sena, que divide en dos la capital francesa, además de un gran mirador es un espacio de ocio.

Los pequeños cruceros que navegan por el río Sena siguen siendo un atractivo turístico muy rentable en la capital francesa, ya que permiten contemplar su cuidada arquitectura desde otro punto de vista. Sin embargo, en esta ocasión nos quedamos en la orilla, porque durante los últimos años diferentes propuestas están logrando rehabilitarlas y darles nuevos usos. Hay zonas donde cada día se dan cita grupos para hacer deporte al aire libre, ya sea dentro o fuera del agua; hay bonitos rincones para improvisar un picnic o, para quien prefiera llegar a mesa puesta, pequeñas tabernas que presumen de vistas y buen ambiente; y también hay centros de arte urbano, zonas de columpios... Sin duda, lo recomendable aquí es pasear sin mayor plan, evitando el metro, y simplemente dejarse sorprender.

Jardines de Luxemburgo: plan de domingo

Barquitos de vela en el estanque del palacio.

El viaje va llegando a su fin, pero el último día puede ser divertido en los Jardines de Luxemburgo, uno de los lugares más populares de la ciudad, tanto para los parisinos como para los turistas. Pasear por allí permite ir descubriendo todo tipo de escondites y actividades: paseos en pony, zonas para jugar a la petanca, columpios, un teatro de marionetas, un carrusel... pero el estanque situado junto al Palacio de Luxemburgo parece ser el gran centro de reunión. Sus sillas, dispuestas sin ningún orden alrededor del estanque, invitan a sentarse un rato al sol, observar al resto de visitantes o, por qué no, alquilar uno de esos pequeños barquitos de vela que se manejan con una vara y que recuerdan a los juegos de antaño. Se pueden alquilar por media hora y la actividad no cuesta más de tres euros.

La construcción del palacio y los jardines tuvo lugar entre los años 1615 y 1617, cuando María de Médicis al parecer estaba aburrida de la vida en el Louvre y ordenó la construcción de un palacio a la italiana hecho a su medida. Hoy, los Jardines de Luxemburgo se han convertido en uno de los parques favoritos de los parisinos y recorrerlos es imprescindible.