El ingeniero vasco y fundador de Ori Living está revolucionado el panorama de la vivienda en grandes ciudades como Nueva York o Boston. Su empresa, con partners de la talla de Google, Ikea o el MIT, se dedica a transformar pequeños espacios habitacionales mediante muebles robóticos y multifuncionales, con el objetivo de maximizar el uso de pequeños apartamentos, llegando a duplicar o triplicar el espacio funcional. Los productos de Ori, como la ‘Cloud Bed’, se integran en las áreas de estar y desaparecen cuando no están en uso, permitiendo que un espacio de 40 metros cuadrados funcione como si tuviera 80.
El próximo 2 de octubre, Hasier Larrea recibirá un galardón en los Hitz Sariak - Premios Palabra, organizados por Grupo Noticias con la colaboración de Iberdrola, por su impresionante trayectoria y su espíritu emprendedor con el propósito de mejorar la calidad de vida de las personas desde la innovación en el rediseño de los espacios.
Un ingeniero donostiarra afincado en Nueva York. ¿Qué te animó a estudiar Ingeniería Mecánica en Tecnun en Donosti y cómo llegaste al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT)?
- Llevo desde 2011 viviendo en Estados Unidos; primero en Boston y desde hace cuatro años vivo en Nueva York, así que llevo casi una vida aquí. Nací en Gasteiz pero nos mudamos a Donosti cuando yo era muy pequeño, por lo que me considero donostiarra en ese sentido. Yo jugaba en las categorías inferiores de la Real pero siempre tuve claro que cuando tuviera que elegir entre deporte y estudios, elegiría los estudios. Por lo que antes de empezar la carrera decidí dejar el fútbol a ese nivel y acabé en ingeniería. Tenía muchas dudas entre la ingeniería y la arquitectura, pero me di cuenta de que la arquitectura podría llegar a ser más vocacional, con salidas más cerradas y, en cambio, veía a ingenieros haciendo un poco de todo: en finanzas, en consultoría y en ingeniería. Así que estudié el plan antiguo de ingeniería industrial en Tecnun en Donosti y luego tuve la oportunidad de hacer seis meses de estancia en el MIT de Boston para terminar el proyecto de fin de carrera. Pero al final, en vez de medio año, acabaron siendo cinco o seis años. La vivienda es un derecho universal y, en muchos casos, es también una problemática universal.
"La historia de la innovación está muy ligada a la historia de las ciudades"
¿Cuándo nació tu preocupación por encontrar soluciones a pisos, cada vez más pequeños, incómodos y caros; aquí en Euskadi o allí en EEUU?
Cuando llegué al MIT, sobre el 2011, aterricé en un departamento que se llama ‘City Science’. Fue el año en el que el mundo dejó de ser rural para pasar a ser urbano. Se cruzó la línea del 50% de la gente viviendo en las ciudades -ahora mismo estamos alrededor de 55%-60% pero las proyecciones a un par de décadas son de +70%- y me enamoré de la historia de las ciudades, que es la historia del desarrollo social, económico y de la innovación. Al final las ciudades juntan densidad y diversidad de personas y pensamientos, por lo que salen más colisiones entre ideas. La historia de la innovación está muy ligada a la historia de las ciudades. Pero, a su vez, también empiezan a salir problemas en estos entornos, sea el tráfico o sea la vivienda. La idea era ¿cómo podemos afrontar esos problemas con soluciones del siglo XXI? Es decir, ¿cómo podemos aplicar esas ideas como la industrialización y la robótica al mundo de la arquitectura? Fue en ese instante cuando me di cuenta de que cuando pensamos en los espacios llevamos muchos años -desde los romanos-haciendo lo mismo: la habitación donde dormimos, el salón donde socializamos, la cocina donde cocinamos… En las ciudades donde los espacios son limitados ya no podemos seguir pensando en ese modelo estático donde podemos crear un espacio habitacional para cada actividad, y tenemos que ser más creativos. Así es cómo nace la idea y cómo llevar el mundo de la robótica y la ingeniería a la arquitectura.
¿Qué te inspiró a fundar Ori Living y cómo surgió la idea de transformar los espacios a través del mobiliario robótico?
Es la idea de emprender por la razón adecuada. Muchas veces pensamos en el emprendimiento como algo sexy, como algo ‘cool’, cuando en realidad la vida del emprendedor está llena de sufrimiento. Y lo que te ayuda a pelear día a día es la convicción en un problema que necesita una solución y en la que no hay una empresa empujando las ideas como a ti te gustaría. Así nace Ori; estamos investigando los espacios, la arquitectura robótica en el MIT, tenemos sponsors muy potentes como Ikea, Google y otras grandes empresas pero nos damos cuenta de que estamos en un punto en el que el mundo inmobiliario no entiende completamente la parte tecnológica; el mundo de los muebles, tampoco entiende perfectamente la parte robótica; y el mundo tecnológico no comprende la parte de los espacios y la arquitectura. Entonces nos damos cuenta de que hay esa necesidad de crear una empresa que tenga un poquito de cada uno; un poquito de Ikea, un poquito de Google, un poquito de promoción inmobiliaria… Ahí es donde nos percatamos mi equipo y yo -de hecho hay otro euskaldun, Ivan Casadevante, que empezó la empresa conmigo - de que hay una necesidad y que nadie lo está haciendo. Y así es cómo se crea Ori, allá por 2015, que ya es casi una década.
“Cuando diseñas un espacio pequeño consigues que sea más asequible, pero introduciendo la tecnología consigues que la gente lo aprecie más”
Uno de los grandes retos para un emprendedor es la captación de financiación. En vuestro caso contáis con potentes inversores como has comentado. ¿Ha sido complicado lograrlo?
Recibir financiación siempre es complicado. Es verdad que hay espacios donde es un poco más sencillo, como en centros de innovación y financiación como pueden ser Silicon Valley, Nueva York, Boston… donde hay más mareas a favor, pero eso no quiere decir que no tengas que remar como si no hubiese un mañana. Lo que me generó mucha convicción allá en Boston, que es donde empezó la empresa, era que se daba el círculo perfecto; por una parte, estaban los estímulos para crear, en un contexto donde todo el mundo está inventando cosas innovadoras y donde te sientes pequeño pero, a la vez, quieres esos retos. Pero, por otra parte, aunque existan esos estímulos si luego no se puede cerrar el círculo atrayendo recursos, la idea no funciona. Yo tuve la suerte de que en el contexto del MIT y sus alrededores hay financiación para las grandes ideas.
¿Crees que la ingeniería comprende una parte de filosofía? Al fin y al cabo, se buscan soluciones a problemas reales pero partiendo de un nuevo pensamiento que trata de reformular el concepto de espacio en el que vivimos.
Tiene definitivamente una inspiración filosófica. Había un filósofo, Jorge Wagensberg, que decía: “Cambiar la respuesta es evolución, cambiar la pregunta es revolución”. Hay mucho de esto cuando piensas en reformular espacios y empieza casi como una ingeniería social. La gente ha entrenado su cerebro para pensar que un apartamento más pequeño va a tener menos funcionalidad y eso está basado en una manera antigua de ver los espacios. Si de repente cambiamos ese paradigma y creamos espacios que pueden ser suficientemente inteligentes como para adaptarse a nosotros, los espacios dejan de ser iguales y un espacio más pequeño puede tener la funcionalidad y resultar mucho más atractivo que uno mayor. Entonces se trata de cambiar la pregunta: ¿Por qué más funcionalidad tiene que estar relacionado con más espacio? Esa cuestión luego se traslada a la tecnología: ¿Cuáles son las herramientas que de verdad pueden generar ese impacto? Pero todo empieza por preguntas casi filosóficas.
La revista Forbes te señaló en 2017 como uno de los veinteañeros que reinventan la industria. ¿Pesa la responsabilidad de cambiar las cosas o es una motivación extra?
Todavía siento que queda mucho por hacer. Siempre me parece que la obra de un emprendedor está inacabada y mi primera reacción es pensar: “si no he hecho nada”. Cuando estás creando algo está ese momento de duda; la línea entre la gran idea y la idea más estúpida suele ser relativamente fina. Por lo que cuando estás empujando algo siempre te encuentras con ese momento de duda. Entonces, este tipo de reconocimiento, más allá de salir en el periódico, aporta seguridad a esa convicción que uno necesita en esos momentos de dubitación, de que el camino tiene sentido. Un premio como el de Forbes me dio ese chute de energía para seguir empujando nuestro proyecto durante muchos años más.
¿Cuáles son los principales retos a los que se enfrentan los productos con base robótica de Ori?
El mayor reto de Ori Living es que estamos intentando cambiar una industria que es famosa por no querer cambiar, que es la industria inmobiliaria, y cómo construimos los edificios. Esto requiere mucho cambio en la manera de pensar y diseñar los edificios, y este es el gran reto. Cuando tocas el mundo físico y sobre todo la arquitectura, necesitas alrededor de 5 ó 10 años para intentar introducir cambios o innovaciones. Luego hay que saber que una tecnología o innovación solo es tan buena como su modelo de negocio; puedes tener un gran producto pero si el modelo de negocio no lo agarras bien, no vale para nada.
“Puedes tener un gran producto pero si el modelo de negocio no lo agarras bien, no vale para nada”
Para nosotros está siendo una fase en la que después de haber instalado Ori en más de 1.500 apartamentos en EEUU, que todavía es la punta del iceberg, nos hemos dado cuenta de que el valor de la compañía no está en ser un producto como un mueble sino en diseñar espacios alrededor de estas tecnologías. Cuando diseñas un espacio pequeño consigues que sea más asequible, pero introduciendo la tecnología consigues que la gente lo aprecie más. Eso significa que como empresa tienes que empezar a actuar como si fueras un promotor inmobiliario, más que una compañía tecnológica. Esa reinvención constante siempre es lo más difícil y este es el mayor reto para nosotros; cómo conseguir que ahora los edificios se diseñen alrededor de una tecnología que está probada, que funciona, que hay mucha gente viviendo con ella. Y eso quiere decir que como empresa tú tienes que cambiar el modelo de negocio y la manera con la que convencer a inversores y casi la economía del producto y del negocio.
¿Echas de menos estar en Donosti ahora que estás en Nueva York, la ciudad por antonomasia?
Hay épocas para todo. Nueva York es una ciudad de ciudades y una ciudad de países; andas por el barrio polaco y te sientes en Polonia, o lo mismo con el barrio chino. Sientes esa energía. Obviamente el arraigo siempre va a estar allí: la familia, los amigos... Pero cada año que pasa siempre intento pasar más tiempo en Euskadi que el año anterior. Porque esos primeros años que le forman el carácter a uno se generan en un contexto geográfico y al final eso es muy difícil de quitar. No sé si a mi hijo Julen que nació en Nueva York le pasará lo mismo porque va a tener una educación un poquito diferente, pero para mí y para mi mujer, que también es vasca, será muy difícil quitar ese arraigo y siempre estará allí esa conexión vital.
“Una de las cosas más importantes que he aprendido en EE.UU., porque creo que son expertos en ellos, es la tolerancia al fracaso”
¿Cuál es el mayor aprendizaje que te has llevado durante todos estos años?
Una de las cosas más importantes que he aprendido aquí, porque creo que son expertos en ello, es la tolerancia al fracaso. Muchas veces nos preguntamos por qué hay más emprendimiento o más innovación en EEUU pero no es por diferencia en talento -tenemos muchísimo talento allí- sino porque hay algo marcadamente diferente en cuanto a la tolerancia al fracaso. Creo que era Winston Churchill el que decía que “el éxito es ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo” y esa idea de que el fracaso es casi una medalla de honor. Cada fracaso te ha dado una manera de cómo no hacer las cosas, lo cual significa que tienes más claro la manera en la que pueden funcionar mejor. Cuando la gente piense en historias como la mía quizás, viéndolo desde fuera, lo entiende como una trayectoria de éxito pero en realidad yo casi la veo como una historia de muchos fracasos. Esos mini fracasos trajeron un aprendizaje y eso hizo que diéramos un pasito más para adelante. Muy poca gente da con la tecla adecuada en el primer intento y esto es la historia de la innovación y del emprendimiento.