Las 48 horas que duró el secuestro de Miguel Ángel Blanco fueron un auténtico sinvivir para quienes eran sus compañeros, que se vieron envueltos en una frenética sucesión de reuniones, manifestaciones y vigilias que apenas les permitieron dormir o descansar durante aquellos días.

Al echar la vista atrás, los tres entrevistados coinciden en que la sensación generalizada era que ETA iba a dejar en libertad al concejal de Ermua debido a la presión social y política que se estaba ejerciendo y a las protestas masivas que se dieron en todos los lugares de Euskadi.

“Yo estaba convencido de que, de alguna manera, se iban a apiadar de una persona joven que no tenía una gran vinculación política. Queríamos agarrarnos a esa esperanza, aunque sabíamos que muchos secuestros, como el de José María Ryan, habían acabado como habían acabado”, explica Ramón Gómez, que lo vivió muy intensamente porque, al volver el sábado de la manifestación de Bilbao, escuchó en la radio del coche la noticia de que habían escuchado disparos en un bosque en Lasarte y había aparecido una persona que podía ser Blanco y que iba a ser trasladada al hospital. 

Entonces, Gómez se acercó allí: “Yo de la misma subí al hospital rápido con el coche y cuando llegué no había nadie en Urgencias. Luego empezaron a llegar periodistas y más tarde la ambulancia con Miguel Ángel, y su madre y su hermana en coche”. 

El exdirigente del PP en Gipuzkoa los recuerda como “momentos terribles” marcados por la impotencia: “Evidentemente nadie podía hacer nada. Estábamos todavía con la esperanza de que pudiera estar vivo y, de hecho, cuando llegó al hospital todavía estaba vivo, pero enseguida nos dijeron que era muy difícil que saliera de aquella con dos disparos en la cabeza. Y ya pues poco más pudimos hacer”, narra con frustración.

“La mayor conmoción de mi vida”

Iñaki Oyarzábal recuerda también la esperanza que todavía albergaban aquel día: “La manifestación del sábado en Bilbao fue la más numerosa de la historia del País Vasco, salió a la calle todo el mundo y de verdad pensábamos que todo ese clamor popular iba a provocar que ETA atendiera el grito de libertad que estaba reclamando la gente en la calle”. No fue así, y esa misma tarde llegó la noticia de que había aparecido maniatado y con dos tiros en la nuca. “Yo creo que es la mayor conmoción que he sentido en mi vida, y es lo que provocó un clima de indignación y de repulsa”, expresa el dirigente del PP, que se enteró de la muerte de Blanco cuando estaba con familiares suyos y con el presidente del Gobierno español, José María Aznar.

Un recuerdo similar guarda Cristina Ruiz, reiterando esa sensación de que iban a lograr presionar a ETA. “No sé si por jóvenes, por idealistas o por ingenuos estábamos convencidos de que esa atrocidad no podía llegar a término”, recuerda. “Yo pensaba que no es que se lo estuvieran pidiendo los otros españoles, sino que se lo estábamos pidiendo todos los vascos y, por eso, no podían matarlo”, añade Ruiz, que transmite que este asesinato le “condicionó” la vida a ella y a muchos compañeros de trayectoria política.