Zaballa, la cárcel más grande de Euskadi. 80.000 metros cuadrados flanqueados por altas paredes blancas entre las que conviven más de 750 proyectos vitales interrumpidos. Miedos, culpa, frustración. Pero también ilusión, compañerismo y respeto. Una realidad muchas veces desconocida de este lado del muro que desea ser escuchada para combatir los tópicos y la estigmatización.
Con este fin, el Departamento de Igualdad, Justicia y Políticas Sociales franqueó las puertas de este centro a varios medios de comunicación para ver el preestreno del documental 'Historias de la cárcel', elaborado de la mano de ETB. En él se retrata el día a día de la vida en prisión a través del relato de algunas de las personas que integran este complejo paisaje humano. Manuel, Asier, Bouchefra, Iratxe, Luzdeira...
Algunos estudian. Otros trabajan o ayudan al resto de sus compañeros. Cada cuál elige su camino. Todo vale para huir de la desidia y del abandono. Para dejar de contar las horas que les separan de la libertad y para aferrarse a la ilusión con la mirada puesta en el día en que les llegue esa segunda oportunidad que tanto ansían.
"Temo que la Policía me lleve porque me agarré a un camión y tendría que volver a hacerlo". Bouchefra, recluso
Para el observador inexperto, sorprende la normalidad que se respira en el centro. Inaugurada hace tan solo 10 años, la cárcel de Zaballa no encaja con la imagen tradicional, si se quiere, cinematográfica, de lo que eran los viejos centros. 200 cámaras de seguridad hacen innecesarios aquellos torreones de vigilancia guardados por policías armados.
Al preestreno del documental acuden 100 reclusos que completan el aforo del salón de actos vestidos de calle. Sudaderas, gorras del revés... Comentan lo que ven en pantalla, celebran las declaraciones de sus compañeros, se ríen con complicidad cuando alguno mete las gomas al centro. De cuándo en cuándo la megafonía reclama a dos o tres de ellos, que dejan ordenadamente la sala rompiendo el sortilegio, recordando que Zaballa es un penal. "Cualquiera puede tomar en su vida decisiones erróneas y terminar en una cárcel", recuerda la consejera Beatriz Artolazabal. Y los testimonios de quienes pudo entrevistar este diario dan buena fe de ello.
Sueños, pesadillas, ilusión
Este es el caso de Pedro, que se quedó en el paro y decidió plantar marihuana para llevar algo de dinero a casa cuando "no podía más". Pero también el del panadero del centro, a quien el trabajo le llegó tarde, cuando ya había cometido la estafa que finalmente le condenó.
También lo es el de Bouchefra, un joven que cruzó la frontera aferrado a los bajos de un viejo camión. Tenía solo 15 años cuando abandonó Marruecos en busca del sueño europeo sin contárselo siquiera a su madre, a la que por vergüenza ha ocultado hasta hace poco que ha terminado en prisión. "Ves a la gente que vuelve de Europa con su familia hecha, con su coche, pudiendo llevar dinero a sus padres, y te lanzas a buscar lo mismo". Su miedo es el de tantos migrantes, que le extraditen. Porque asegura que no dudaría en jugarse de nuevo el pellejo para volver.
"Me gustaría pedir que la gente deje los prejuicios y que ayude a los presos en su rehabilitación". Pedro, recluso
Iratxe lleva siete años y medio presa, pero ya cuenta las horas para comenzar una nueva vida en Barakaldo. ¿Qué es lo primero que te ves haciendo cuando salgas de aquí? "Abrir mi bar", responde como por resorte. "Ya lo tengo todo mirado, todo pensado. Llegar, pintarlo... Recuperar a mis hijos y abrir mi bar", repite con la mirada encendida.
Se ha enamorado de otro preso charlando de ventana a ventana. Pero hasta la fecha el amor no ha sido bueno con ella. Su caso es el de otras tantas, el que habla de una historia marcada por los malos tratos y la adicción. Porcentualmente la cifra da escalofríos.
"Sufrí malos tratos de mis dos últimas parejas y eso me llevó a drogarme, a robar". Iratxe, reclusa
El 80% de las mujeres que ingresan en prisión han sufrido este insufrible pasado de manos de sus exparejas. Por todo ello, Iratxe asegura que para ella la cárcel ha sido "una salvación". "Me drogaba todos los días con mi expareja. Me maltrataba. Eso me llevó a robar. Para mí esto ha sido recuperarme como persona e incluso como madre. Pensar en trabajar y llevar una vida buena".
Luzdeira también sufría violencia de género. Hasta que se defendió. Hoy está en el programa de prevención de suicidios y ya ha pasado por ese tipo de cosas que te cambian la vida. Salvó in extremis a dos de sus compañeras arrebatándolas de las garras de la muerte y eso le sana en lo más profundo. "Ayudar ayuda. A mí me ha ayudado muchísimo", coincide Pedro, que pide acabar con los prejuicios sobre la cárcel mientras sueña con comerse un chuletón en su Astigarraga natal e irse a construir una vida nueva con su nueva mujer.
"A todos los reclusos los trato por igual. Al fin y al cabo todos estamos condenados a convivir". Manuel, funcionario
Del otro lado de las rejas, Manuel ha visto de todo. 40 años de servicio dan para mucho. Jefe de Servicios de Interior de Zaballa, insiste en que lo importante siempre "es la persona". "A todos los trato igual", defiende. Y sus palabras se cargan de peso cuando las emociones se le anudan a la garganta. ETA asesinó a tres de sus compañeros, pero a día de hoy puede hablar de amigos cuando se refiere a algunos exreclusos de esta organización. "Estamos condenados a convivir", concluye rotundo.
Las puertas se abren para nosotros. Una verja automática se ha cerrado ya detrás. Otra. Y aún otra más.