No hay nada que celebrar. Ni por unos ni por otros. Ha sido una apuesta maximalista tan audaz como arriesgada. Pese a las energías volcadas, pese a la capacidad de movilización mostrada, pese a la efervescencia social y política desatada cabe ya afirmar que la DUI ha tenido nulo recorrido. Rajoy, el mismo que durante todo el proceso ha mostrado la peor cara política con su inmovilismo inmoral y con la represión inadmisible ha reaccionado a la DUI con una decisión anclada más en la firmeza que en la dureza (expresión acertada acuñada por Rafael .Jiménez Asensio en su excelente análisis valorativo acerca del art.155 y la “excepción constitucional”) con razonable gradación o prudencia frente a lo inicialmente anunciado y con su opción por una adopción escalonada de las medidas anunciadas el pasado viernes.
Ello ha trastocado de nuevo el guión, y en particular la convocatoria electoral materializada en el más breve plazo posible por parte de Rajoy permite preguntarse si la estrategia de tensión planteada y seguida por Puigdemont y su equipo ha permitido estar realmente más cerca o más lejos de una verdadera capacidad de decidir libremente su futuro por parte de la nación catalana.
Todavía es pronto para extraer lecciones de la crisis catalana derivada de la DUI; es cierto que el poso de destilación que deja estos días intensos y de plena efervescencia emocional lo vivimos cada ciudadano y cada ciudadana de forma subjetiva; a mí me invade una sensación de frustración, de tristeza, de decepción. Si hablara con el corazón, con el sentimiento podría formular otro tipo de reflexión pero prefiero exponer mi reflexión con la fuerza argumental de la razón; y el desenlace demuestra que optar por forzar la vía unilateral para lograr la independencia no tiene su principal obstáculo solo en la legalidad formal sino en la falta de fuelle social debido a la fractura abierta que provoca en la propia sociedad.
Transformar la dinámica reivindicativa independentista en un proyecto político global capaz de aglutinar a una mayoría social potente de la sociedad catalana es muy complicado, tal y como ahora se ha comprobado.
Las derivadas judiciales ya anunciadas (nunca resolverán el problema político; al contrario, lo agravarán, y además debe tenerse presente que el tiempo político y el de la justicia tienen relojes distintos) deberán ser examinadas al detalle, porque el exceso vengativo asoma de nuevo en el anuncio de acciones por parte de la Fiscalía.
Junto a ello, es el momento de preguntarse si era ésta la única y la mejor manera de zanjar el “proces”, concretado en llegar como sea a la orilla y luego ya se verá, o cabe interrogarse acerca de si la unilateral declaración de independencia ensancha el apoyo social al mismo o divide y fractura más todavía la sociedad catalana. Y no es un pregunta menor, porque el verdadero problema para los independentistas es la ausencia de un apoyo social mayoritario que le hubiera otorgado mayor legitimidad democrática y social.
Otra cuestión abierta radica en preguntarse por qué tras tanto ruido se ha silenciado todo debate acerca del modelo de sociedad, de país, de educación, de ciudadanía, de lengua, de cultura, de identidad, de sistema industrial o de andamiaje institucional...., y frente a ello se ha optado por ir a por la independencia sin más y luego ya se verá.
Con todo el respeto personal a otros planteamientos creo que sería un tremendo error secundar desde Euskadi esta vía tanto en la dimensión política como en la social y en la jurídica, porque es, además de poco deseable, inviable.
El denominado derecho a decidir de la sociedad vasca no equivale ni puede traducirse sin más en un inexistente derecho a la secesión unilateral; debe ser punto de encuentro, no de ruptura. Frente a los vetos y a las imposiciones, frente a la cerrazón inmovilista del PP y del gobierno central hay que construir y trabajar de forma seria, argumentada y profesional, todo ello con una estrategia que asuma el sentido de la realidad que debe presidir la toma de decisiones en política.
Tener aspiraciones (individuales o colectivas) no es tener per se derechos. Creemos, con demasiada frecuencia, que es un valor positivo jugar en clave de País al todo o nada. Aspirar lícitamente a la independencia y no admitir la necesidad de avanzar pautadamente conduce finalmente al inmovilismo en las aspiraciones políticas.
Hay que trabajar unidos en un trabajo orientado de verdad a favor de la construcción nacional, de mayores cotas de autogobierno. Lo contrario es huir del necesario realismo político. Y es perfectamente compatible con el fortalecimiento de nuestra ilusión colectiva: un proyecto político de futuro como pueblo, como nación, con el que aspirar a un nuevo esquema de desarrollo nacional en el entorno europeo con mayores y más efectivas cotas de autogobierno, buscando alcanzar el máximo consenso social posible.