ues hoy seguramente tocaría escribir sobre el desparrame estadounidense, realmente inquietante, o sobre la omnipresente pandemia, o sobre el frío, este frío gélido que nos ha congelado en un nuevo año que sigue pareciéndose demasiado al que terminó. Pero ha muerto Boni y con él se va un poco de la juventud y de sus buenos momentos de muchos de nosotros. Boni, Javier Hernández, 58 años, voz y guitarra de Barricada, músico. Recurriré a otro grande, Kutxi Romero, y a una frase suya: “Quien no quiere a los Barri no quiere a su madre”. Tremendista, dirán algunos. Quizá. Pero no son una sino varias la generaciones que hemos crecido -puede que demasiado- bajo el manto de la banda de la Txantrea. Y Boni era uno de sus pilares. “Hay días que pesan. Demasiado. No se les puede llamar. No tienen nombre...”, escribía ayer El Drogas en sus redes sociales describiendo de manera tan bella como cruda el momento. Si busco en mi memoria recuerdos felices es fácil que suene de fondo alguna de sus canciones. Se fue Boni. Queda su música; es el privilegio y la carga de los artistas, el legado que les sobrevive y que mantiene viva su memoria. No habrá tregua, no; pero hoy, aunque solo sea hoy, la sombra hace que no pueda ver todo en blanco y negro. Todo se ha quedado oscuro.
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