estamos, y lo entiendo, colapsándonos con el coronavirus. No sabemos lo que nos espera y esa incertidumbre provoca un pánico, todavía contenido, que irá in crescendo a medida que nos vayan rozando, tocando o apabullando los efectos de esa nueva enfermedad todavía sin cura. Más allá de que sea una gripe más contagiosa de lo habitual, nos preocupa que los niños no puedan ir al colegio, que las empresas se resientan -por falta de componentes y/o de trabajadores- y que suspendan los partidos de nuestros equipos. Oigo a mi alrededor hablar de la Bolsa o de las conspiranoicas teorías del foco inicial del covid-19. Que si el virus se ha escapado de un laboratorio que investigaba nuevas armas biológicas de guerra, que si Trump ha dado orden de propagarlo por China para hundir a la potencia rival... Reflexiones nada serias y en absoluto argumentadas, en principio, como para tomárselas en serio aunque, por otra parte, lo cierto es que nadie ha explicado todavía de dónde viene o cómo ha surgido la nueva gripe que tanta zozobra está causando en el imaginario colectivo. Preocupante, desde luego, aunque para mí no tanto como que en mi ciudad se cierren más comercios de los que abren o que algunos barrios se me aparezcan desolados por la sucesión de persianas cerradas.