Cualquier observación sobre Dinamarca (segundo país en esta serie “Euskadi en el espejo”) tiene que incluir la felicidad: Dinamarca ha sido nombrado el país más feliz del mundo en numerosas ocasiones en el Informe Mundial sobre la Felicidad de la ONU y actualmente ocupa el segundo lugar. Añadiría como segunda observación otro dato menos conocido: El idioma danés no tiene palabra o traducción directa para decir “por favor”. Estamos por lo tanto ante una sociedad feliz y... atrevida.

Euskadi en el espejo de innovación de… Dinamarca

El recorrido histórico danés hacia la felicidad, como tantas transformaciones, comienza con una crisis. Dinamarca conformó un imperio que entró en declive al perder en 1864 un tercio de su territorio y casi la mitad de su población ante Prusia. Podríamos decir que los daneses consiguieron así ser alumnos aventajados, con casi un siglo de adelanto, del ocaso imperial que sobrevendría después al resto de Europa.

Al llegar los convulsos años 30 del siglo XX la sociedad danesa llevaba ya décadas buscando un nuevo sentido de propósito. En vez de caer en la tentación de las nuevas propuestas de fascismo o comunismo, Dinamarca optó por un sistema alternativo propio que huía de la trampa del “suma cero”, según la cual lo que gana un actor lo pierde otro, el “Modelo Nórdico” alineaba de forma colaborativa gobierno, empresas, sindicatos y resto de agentes sociales.

El desarrollo de Dinamarca desde entonces se ha caracterizado por un crecimiento intenso, altas tasas de empleo y posicionamiento en sectores de alto valor añadido, ser pioneros en innovación y desarrollo de tecnologías verdes, o la creación de campeones industriales como la eólica Vestas, LEGO o la farmacéutica Novo Nordisk, que ha desbancado a LVMH Moët Hennessy Louis Vuitton, como la empresa cotizada más valiosa de Europa. Todo esto, en un país que no llega a los 6 millones de habitantes.

Pero, además de su modelo, Dinamarca cuenta con otra característica menos comentada: ha desarrollado una fórmula propia para detectar tendencias globales, hacerlas propias con actores locales, crear un relato danés y posicionarse como referente mundial. Sin complejos y sin pedir por favor que se les haga sitio. Al fin y al cabo, tampoco tienen una expresión para ello. Esta es la fórmula que llevó a la eclosión del diseño danés en los sesenta, su industria audiovisual a partir de los noventa y, más recientemente, en su apuesta por la innovación gastronómica.

En los años 50, a los norteamericanos y británicos que visitaban el Copenhague de la postguerra les llamó la atención los funcionales muebles de gente como Arne Jacobsen, Borge Morgensen o Hans Wegner. El sector vio esta oportunidad de internacionalización y los presentó no solo como un producto, sino como parte de un relato de país, dándoles un nombre propio, Danish Modern que nacía con la siguiente narrativa: El estado de bienestar danés se desarrolla centrándose en la justicia social, la democracia y el optimismo progresista por un mundo mejor; todo debe ser funcional y duradero, además de democrático y, por tanto, asequible.

No sólo eran sillas o lámparas, se da forma a un movimiento de diseño danés, que se extendería pronto a la arquitectura, unos valores, una forma de ver las cosas y un país. Se generan infraestructuras que afianzan el relato, como el museo del diseño danés, Designmuseum Denmark y el de arquitectura, Danish Architecture Centre, ambos en el centro de Copenhague reivindicando su lugar en el mundo. Cualquier visitante puede ver, desde su llegada al aeropuerto de Copenhague, cuáles son los sectores en los que Dinamarca apuesta por ser referente como parte de su identidad.

En los 90 una nueva generación de cineastas, liderada por el director Lars von Trier, acompañado por Thomas Vinterberg y Kristian Levring da forma a un sector de creación audiovisual que también busca su sitio en un mundo que reclama nuevos formatos. Con apoyo de capital privado, administraciones públicas y, una vez más, la generación de un relato como referencia, nace el movimiento cineasta Dogma 95 y los posteriores éxitos de producciones de cine y televisión daneses.

La última apuesta es la gastronomía en el que una generación de jóvenes chefs (inspirados en gran parte por la nueva gastronomía vasca) con René Redzepi , creador de Noma, en el rol de Lars Von Trier, ha reforzado desde la innovación gastronómica el posicionamiento territorial generado en otros sectores. Acompañados de nuevo por un relato: The New Nordic Food Manifesto,

Con una visión es de 360 grados, se fomentan sectores de forma coordinada entre agentes públicos y empresariales como seña y marca de país, y se crea industria. Como en la génesis del modelo nórdico, se evita la mentalidad de suma cero y se remplaza por ambición transversal: desarrollar y posicionar globalmente diseño, producción audiovisual o gastronomía es desarrollar y posicionar Dinamarca. Es un automatismo cuasi tribal en el que se adopta y promueve con arrojo sectores como seña de identidad internacional. “Disculpa” no es danés.

Hace unos días, celebrábamos en Copenhague la ya tercera edición del programa internacional de emprendimiento cocreado desde Basque Culinary Center con la viceconsejería de Agricultura y Política Alimentaria del Gobierno Vasco. En Dinamarca se entienden de forma natural nuestros proyectos para usar el potencial de la gastronomía como motor transversal de desarrollo económico y social. No es casual que dos de los finalistas del concurso internacional de arquitectura del nuevo centro de innovación gastronómico en San Sebastian GOe (Gastronomy Open Ecosystem) fueran daneses, incluyendo al ganador Bjarke Ingels.

GOe tiene algo de esa fórmula de colaboración público-privada, crecer desde raíces locales y vocación global. Busca un sitio en el mundo un poco al estilo danés, pero desde nuestro territorio, entonando algún mesedez y bastantes milesker.

Director de Desarrollo Global Basque Culinary Center y Miembro de la Fundación Arizmendiarrieta