elebramos en este mes de abril el aniversario del nacimiento de don José María. Fue el día 22 del año 1915. Bien conocemos sus vicisitudes y aquí no se trata de referirnos a ellas sino más bien, aprovechar la circunstancia para focalizar la reflexión en las bases fundantes de su vida, en aquello que configuró definitivamente su labor desde el comienzo hasta el final de su vida, su fe y su sacerdocio en la acción social.
Él tenía una idea clara de lo humano que lo desarrolló por activa y pasiva. Era algo que lo fue mascando en sus estudios, devociones y actuaciones desde joven. Creo que es bueno que ahondemos en los principios de las personas y no quedarnos en las ramas, sino descubrir lo que mueve a un hombre como él y a tantos hombres y mujeres del mundo como él, en las circunstancias actuales.
Él se alimentó de un mensaje que basado en la fe cristiana se extendía a una historia social que fue trabajando largamente con pasión, era la historia del movimiento obrero cooperativo y social en Inglaterra, en Francia y en el País Vasco mismo, que llegó a conocer muy bien. Lo primero que le inspiró lógicamente, como sacerdote que era, fue la idea bíblica de que toda persona es divina, algo que proviene del mismo libro del Génesis en el Antiguo Testamento: Dios hizo al ser humano a su imagen y semejanza.
En el cristianismo, a diferencia de otras corrientes, religiones y filosofías, lo humano es lo divino, uniéndose las dos cosas en una misma realidad. De aquí viene que, en nuestra tradición humanista, se conserve un respeto único, muy especial, en lo que respecta a cada ser humano. Nuestro culto de los derechos humanos, en el fondo, representa la forma laica de esta noción, de base religiosa, de que todo ser humano es sagrado. Somos la cultura de los derechos del hombre.
En este sentido, Don José María siempre insistió en lo antropológico. Era de los que iban al grano. Nunca fue amigo de teorías abstractas. Es conocida la anécdota de una charla en Aránzazu ante sacerdotes y varios obispos en donde insistió en que “nuestra manera de hablar de espiritualidad es pura abstracción pues la vida está impregnada de lo económico y determina estructuras, poder, el futuro de los seres. ¿En qué queda el evangelio si no te compromete en la realidad social?” Su empeño fue concretar el mensaje del evangelio en la vida de las personas y sobre todo incidir en lo económico empresarial. Su clave vital fue la persona, cada persona y el sentido de comunidad.
A la Iglesia, a la suya y a toda ella, le pide “una conciencia activa, receptiva, impulsora, orientativa e inspiradora”. Se estaba retratando en esta demanda. Muchos le criticaban por este estilo tan comprometido de vivir, pero él lo tenía claro: “Dios está más interesado en el mundo y en el hombre que en la religión” escribía en sus apuntes. Decía cosas muy aleccionadoras al respecto: “el mundo que tenemos no es el que Dios nos dio, sino el de cartón piedra que nosotros hemos fabricado”.
Un sacerdote compañero y buen conocedor de su vida y obra decía admirado: “fue un pionero de la teología de la liberación en este pueblo nuestro, e hizo de la salvación integral el objetivo de su vida sacerdotal y apostólica antes del propio concilio Vaticano II”. La verdad es que era un enamorado del sacerdocio y el trabajo social: “mi mayor gracia ha sido la de ser sacerdote” escribió. Su consigna fue “quiero vivir como hombre de Dios en el mundo”.
Alguno de los pioneros de las cooperativas de Mondragón escribió entusiasmado: “Lo más patente de su vida fue la caridad. Todo lo dio. Su amor al prójimo lo traducía en ayuda y sacrificio por los demás, era su virtud más palmaria. Practicó en grado superlativo la pobreza. Fue servicial y acogedor con todos. Adjudicaba a los demás los méritos de sus obras. Se entregó y se consumó por los demás. Actuó contra viento y marea siguiendo este camino, con el apoyo de unos pocos y la indiferencia y oposición de otros muchos. Es un santo, un santazo”.
No cabe duda de que el motor de don José María fue el que fue, su fe en Dios, su esperanza en el pueblo y el trabajo social con todos. Toda su obra estaba inspirada en el evangelio aunque no era sólo para cristianos, sino por todas las personas necesitadas. Estas palabras le retratan muy bien: “El ideal que debemos perseguir es la regeneración, la renovación del mundo, con la luz de la doctrina y el calor de los corazones... pero para ello hace falta capacidad de sacrificio, porque una persona se mide no por su estatura, su ciencia o su piedad sino por su entrega. El sacrificio es la ley de nuestra vida”. * Vicario de pastoral social de la diócesis de San Sebastián y miembro de la Fundación Arizmendiarrieta