a era hora de que se limitase en serio la publicidad de las apuestas, sobre todo online. Ha costado mucho. Se trata de un sector que mueve una gran cantidad de dinero. Solo en la Unión Europea generó en 2018 más de 22.000 millones de euros en beneficios, la mitad del total mundial. Y su ritmo de crecimiento es enorme, con tasas anuales de cerca del 10%.
Además, su capacidad de influencia política quedó sobradamente demostrada cuando hace unos años, durante el rescate a Grecia, la Troika no le permitió al Gobierno heleno restringir el juego online. Este hecho, que fue conocido gracias a que el ministro de economía griego reveló un documento que se consideraba confidencial, mostraba un hecho inédito y sorprendente en Europa. Parece razonable que el acreedor le pida al deudor ciertas garantías de que va a poder recuperar su dinero, lo que puede incluir detalles sobre el volumen de ingresos y gastos de Grecia. Pero lo increíble fue que cuando el gobierno griego presentó su borrador de presupuesto, la Troika no solo atacó el volumen de ingresos y gastos, sino que entró al detalle de las partidas presupuestarias. Y en concreto sorprendió que se negase a aceptar la reducción del juego online.
Nadie lo ha contado hasta ahora y probablemente nunca conozcamos los detalles, pero no es difícil imaginar lo que sucedió. Las casas de apuestas británicas y de otros países presionaron a sus gobiernos hasta conseguir su objetivo: seguir igual, con el mercado abierto europeo -incluyendo el griego- y el debate sobre su tributación cerrado. La enorme cantidad de dinero que genera el sector se basa, aparentemente, en el margen de ganancia de las apuestas y en su casi inexistente pago de impuestos, ya que el juego online tributa -como los gigantes tecnológicos- en paraísos fiscales.
Aquel fue un acto de fuerza. Desde entonces, además de la crisis financiera y ahora la pandemia, han pasado muchas cosas. Las asociaciones que trabajan con ludópatas no dejan de emitir señales de alarma y publicar informes sobre las consecuencias de esta otra pandemia, oculta pero igualmente devastadora. Al sentirse atacado, del mismo modo que sucedió antes con el tabaco y con el alcohol, el sector apela a su dimensión económica, a los puestos de trabajo que crea, a los impuestos que paga... No dice nada de las adicciones que genera, de las familias destrozadas, de lo abominable de centrar su publicidad en la población más vulnerable: jóvenes, sobre todo con escasa formación y bajos ingresos o en paro y, en los últimos tiempos, adolescentes menores de edad.
Hasta 2012, el sector en España directamente no pagaba impuestos y los usuarios apenas tenían garantizado ningún derecho. Ese año, la Ley de Ordenación del Juego on line creó un primer marco regulador que permitió un crecimiento exponencial del sector. Los operadores no han dejado de pedir la rebaja de los tipos impositivos, aunque las grandes multinacionales del juego tienen la mayor parte de sus plantillas en países de baja tributación o paraísos fiscales. Los expertos destacan que el juego online ha estado creciendo a un gran ritmo y creen que podrá seguir creciendo a tasas de más del 25% anual.
La Unión Europea aprobó en 2014 una directiva en 2014 sobre juego y publicidad online que estableció la fiscalidad en el lugar de consumo y no en la sede fiscal de la empresa. Fue un avance importante, pero el tema clave de la publicidad no quedó bien resuelto. Debido a las crecientes críticas y ante el interés de la opinión pública por este asunto, la Asociación Europea de Juegos y Apuestas publicó a finales de abril el primer código de conducta europeo para la publicidad responsable del juego online. Tal y como señalaron desde esta organización, el nuevo código de conducta pretendía completar y fortalecer los marcos legales y las autorregulaciones que ya existían en Europa para la publicidad del juego online.
Las casas de apuestas onlineconstantemente subrayan la necesidad de la autorregulación del sector en cuanto a su publicidad. Pero es obvio que no ha funcionado, como demuestra el crecimiento exponencial de las personas con ludopatía y como ha señalado también la propia Comisión Europea. No basta que el sector se autorregule, como no basta confiar en que los vehículos se detendrán en los cruces a mirar si viene alguien. Son necesarios los semáforos y las multas.
Lo mismo sucede en el juego online. No es suficiente con añadir en el último segundo de sus anuncios -decenas y decenas de ellos todos los días, en todos los formatos y sobre todo en el ámbito deportivo- que solo pueden apostar los mayores de edad y que hay que ser responsables. La apelación a la decisión individual, un argumento que ensayaron con tremendo éxito las corporaciones tabacaleras, no puede sostenerse en personas menores de edad.
Hace ya varios años, al menos cinco o seis, escuché en Bilbao a una niña de 13 años decir con naturalidad que la mayor parte de sus amigos de clase, cada viernes, al salir de su colegio, acudían a un cercano centro de apuestas y echaban “un eurito” cada uno para apostar sobre los partidos de fútbol. Nadie impedía su ritual, viernes tras viernes. Incluso si alguien les hubiese pedido su DNI, fácilmente podrían haber realizado sus apuestas en las innumerables máquinas que florecen en los bares.
Pero el problema no es solo controlar el acceso de los menores a los lugares donde puede apostarse. En primer lugar, porque esos niños y niñas están completamente habituados a manejar todo tipo de dispositivos electrónicos, desde los que fácilmente pueden apostar online. Y en segundo lugar, porque el problema de fondo es que esos niños y niñas quieren apostar. Les han convencido de que es una nueva y genial forma de ocio, un simple entretenimiento como cualquier otro, y lo han incluido entre sus hábitos de ocio y sociales.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? ¿Quién les ha convencido de que apostar es algo inocuo? Aquí no hay muchas dudas. Todos los expertos señalan que la publicidad ha sido el factor determinante. Y no ha sido por casualidad. Los jóvenes, y en concreto los menores, han sido el objetivo consciente y deliberado de una buena parte de la publicidad de las casas de apuestas. Este sector ha copado las camisetas de los ídolos de estos críos, ha irrumpido en el mundo del fútbol, del baloncesto y de otros deportes en pocos años, hasta naturalizar completamente esta forma de entretenimiento.
Es tal el volumen de beneficios que genera el sector del juego, sobre todo online, que han creado una auténtica burbuja en el mundo del fútbol, llenando de dinero las arcas de todos los clubes. El despegue de este sector se produjo en un momento en el que la gran mayoría de los clubes estaban completamente endeudados. Asfixiados por sus deudas, amenazados por descender de categoría si no conseguían parar a tiempo, los clubes vendieron su alma a las casas de apuestas. Nadie quería renunciar a este maná que completaba el de las televisiones. Por ello, nadie hizo preguntas por los detalles del negocio, por sus consecuencias sobre los aficionados y sus familias. Hay que mencionar una honrosa excepción, solo un club de fútbol valoró recientemente el impacto social y el componente ético y renunció a este dinero fácil: la Real Sociedad. Bravo por este club.
Y bravo por el anuncio de un decreto que pretende regular en serio este sector y limitar su publicidad. Llega muy tarde, y tras varios intentos frustrados, pero esperemos que esta vez sea posible y a tiempo para mucha gente y, sobre todo, para miles de menores.
El autor es profesor de Relaciones Internacionales UPV/EHU