Incluso cuando ha tocado trabajar -el periodismo es lo que tiene, que lo de currar en festivos es el pan nuestro de cada día-, la costumbre que siempre hemos intentado mantener ha sido la de ir el 28 de abril pronto a Armentia, darnos una vuelta con calma antes de la aparición de la gran masa y de que los políticos salgan de misa, hacer acopio de diferentes vicios gastronómicos para llevarnos a casa y, por supuesto, tomarnos un talo, sin que ello suponga tener que pedir un crédito, que algún día de estos habrá que hablar de determinados precios. Bueno, y un txikito, claro, que hay que pasar la comida. Pero este año ha venido el presidente del Gobierno a decirnos que con los caracoles, los perretxikos, el talo y el Meón debemos tener presentes las urnas. Tocan elecciones generales justo un mes antes de que votemos en las municipales, forales y europeas. Y mi primer pensamiento es para toda esa gente que, como vocales y presidentes de mesa, se acaban de quedar, sin saberlo, sin San Prudencio o incluso sin vacaciones. Yo, de momento, estoy pensando en la posibilidad de, si me toca otra vez participar en la ¿fiesta? de la democracia (sería la tercera ocasión), alegar ante la Junta Electoral Central el consumo anual de talo en Armentia como eximente. Me parece una razón de peso.
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