no es solo perder, también es el cómo. El fugaz paso del Baskonia por esta Copa será recordado con dolor por unos aficionados que acudían en masa a Madrid con la esperanza de que, esta vez sí, su equipo iba a ser capaz de cortar la sequía de títulos que se extiende por casi una década. Sin embargo, el optimismo se tornó en decepción en cuanto se inició el partido. No hizo falta esperar más allá de un par de minutos para darse cuenta de que la puesta en escena de unos y otros era antagónica. Los catalanes acudieron a la cita dispuestos a pelear, a disfrutar, ilusionados. Por contra, los vitorianos saltaron a la cancha demasiado responsabilizados, afligidos, agarrotados. A partir de ahí, la táctica y la técnica pierden importancia. De poco o nada sirvieron la multitud de rotaciones y diferentes quintetos que ensayó Perasovic en busca de la reacción. Que el principal reactivo para mitigar el vendaval verdinegro fuera el recién llegado Jones dice mucho de la calidad mental de una plantilla demasiado floja, débil, incapaz de sobreponerse a las dificultades. Hay demasiadas piezas de fiabilidad dudosa en esta máquina. Si el partido va bien, ruedan todos engrasados pero, si se tuerce, algunos se apagan, desaparecen... ¿se esconden?