Si me lo permiten, me voy a tomar la licencia de parafrasear a uno de los grandes iconos del pensamiento. “La ignorancia es muy atrevida y el conocimiento, reservado”, explicó el historiador y militar ateniense Tucídides, a su vez, espejo en el que parece mirarse Sergio Ramos que, por aquello de su condición intelectual, de su especial oratoria y de su sagaz oportunismo, se ha convertido en uno de los filósofos de cabecera de una parte de la humanidad. Y ahí es, precisamente, donde quería llegar. Cada vez entiendo menos a mis congéneres o, al menos, a parte de ellos. De los citados anteriormente, conozco lo justo, aunque lo suficiente como para sospechar que lo único que tienen en común es la sentencia que se ha convertido en el meollo de estas cuatro ideas deslavazadas, ya que las diferencias entre uno y otro se antojan evidentes. Uno fue el padre de la escuela del realismo político. El otro da patadas y cabezazos a un balón o a otros humanos, según se tercie, circunstancias que le bastan para haber adquirido el rango de leitmotiv vital de muchas personas, que ven en los brazos tatuados, en los peinados arriesgados, en los estilismos imposibles y en la limitación del raciocinio un modelo a imitar. Me temo que el padre de la historiografía científica nunca ha llegado a levantar las pasiones que el central andaluz.
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