Las sorprendentes -por lo inesperadas, más que por su contenido- confesiones del que fuera abogado y estrecho colaborador personal de Donald Trump durante varios años, Michael Cohen, son de gran gravedad. Desvelan la comisión de un delito por parte del actual presidente de EEUU -que, además, habría mentido-, situado al borde de un juicio político (impeachment) con visos de prosperar y que podría terminar en su destitución del cargo, la primera de la historia del país. La confesión de Cohen, además, tiene visos de verosimilitud por cuanto supone una autoinculpación a cuyas consecuencias judiciales deberá también hacer frente. Según su relato realizado ante un juez federal, Cohen, por orden de Trump, gestionó los pagos a una exactriz porno y a una exmodelo con las que el entonces aspirante a la Presidencia de EEUU habría tenido relaciones sexuales para, presuntamente, comprar su silencio a las puertas de las elecciones. De poder probarse esta práctica -la prensa norteamericana considera que las acusaciones son creíbles-, estaríamos ante un caso flagrante de delito federal por financiación ilegal de la campaña electoral. La explicación de Trump en este sentido no se sostiene y es abiertamente contradictoria. Arguye, por una parte, que su exabogado “inventa” la historia y que conoció los pagos después de la campaña pero, por otra, reconoce que el dinero provenía de su propio patrimonio y no de los fondos de la campaña. Lo que, a los efectos, sería similar, porque constituiría igualmente delito. La posibilidad del impeachment -procedimiento que solo se ha utilizado dos veces en la historia de EEUU, contra Andrew Johnson en 1868 y Bill Clinton en 1998, aunque Richard Nixon se salvó al dimitir previamente- contra Trump es, por tanto, una posibilidad cierta. Quizá por ello el propio presidente ha vuelto a practicar uno de sus juegos favoritos: meter miedo asegurando que si se abriese el juicio político contra él, “los mercados se hundirían”, “todo el mundo sería más pobre” y el crecimiento económico se frenaría. Lo cierto es que el descrédito, fuera cual fuera el resultado final, le afectaría muy directamente -sobre todo porque Cohen ya ha avisado de que puede “contar el resto de la historia”-, pero también al país y a la Presidencia. Aunque quizá sea la única manera de investigar y conocer la verdad sobre este grave asunto.