La vida, a veces, puede ser maravillosamente sencilla. De hecho, la mayoría de las cosas son muy sencillas; el problema, generalmente, es que nos empeñamos en complicarlas. Pienso en todo esto mientras la serpiente de verano ya se ha convertido en otoñal -y lo que te rondaré morena-, de manera que asistiremos a una gloriosa campaña electoral en la que darán igual otras cosas porque solo se hablará de ese supuesto fraude galopante en la RGI por parte de determinado colectivo de la población. Cuando hay cosas que me cabrean intento oxigenarme y buscar otras perspectivas; no sé si soluciona gran cosa pero, al menos, rebaja un poco el primer impulso. Y he encontrado refugio con la infantada de la cuadrilla. Con un chaval que va a cumplir dos años que ha decidido que todo lo que se puede abrir y cerrar es “puerta” y otra aún más pequeña que ha dividido el universo en dos categorías: “aita” es todo ser humano y “guau-guau” cualquier ser del reino animal. Y punto. Me pregunto si no sería posible que afrontáramos la realidad así: no simplificando, sino con un poco más de sentido. Viendo seres humanos donde hay seres humanos. No pretendiendo hacer de unos buenos y de otros malos por su equipo de fútbol. No atizando a unos contra otros porque es sencillo y útil. Los niños nos dan grandes lecciones.
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