la Casa Real y las élites políticas, financieras y mediáticas del bipartidismo se han apresurado en las últimas horas a atar todos los cabos -mediante una ley orgánica de urgencia, el apaño del aforamiento del rey saliente o el arrope de la Corona- en el relevo del trono tras la calculada abdicación de Juan Carlos de Borbón. Pretenden evitar así que se propague un debate social sobre la hasta ahora desacreditada Monarquía o, lo que sería aun peor, sobre la exigencia democrática de dar voz a los ciudadanos en una consulta que reabriría el proceso constituyente. En este contexto, el Gobierno del PP y el PSOE, así como la prensa del establishment monárquico -que estos días vuelve a hacer su acostumbrado alarde de almibarada complacencia hacia la Corona-, han desplegado una campaña de rápida entronización y legitimación política de Felipe VI por la vía de los hechos consumados para cerrar filas. Que el presidente Mariano Rajoy se deshiciera en elogios hacia la "actitud ejemplar y con sentido de Estado" de Alfredo Pérez Rubalcaba -después de que el líder del PSOE sofocara los efluvios republicanos en las filas de su propio partido-, que el selecto grupo de 300 empresarios que se reunió en el Patio de los Borbones del Palacio de El Pardo se desgañitara en efusivos vítores al rey ante uno de los últimos discursos de Juan Carlos -así como la rancia ovación que recibió por la tarde en la plaza de toros de Las Ventas- o que el heredero Felipe brindara -en su primer acto como monarca in pectore en la entrega del Premio Príncipe de Viana de la Cultura que otorga el Gobierno navarro- por la arcadia de la unidad de "nuestra querida España que hunde sus raíces en una historia milenaria", son algunas muestras que ayer intentaron escenificar un traspaso tranquilo y natural en la Casa Real. Hasta ahí, el baile cortesano. Pero la calle, como viene sucediendo de una manera especialmente acusada al menos durante los últimos dos años de crisis instititucional del Estado, camina por derroteros muy diferentes a la España oficial. En la calle ha aflorado el debate latente sobre el anacronismo y el reciente descrédito de la Monarquía, la actualización de los valores de la tradición republicana o el clamor por la celebración de un referéndum. El poder puede entronizar a Felipe por el procedimiento express y sin debate, pero la herida de la transición seguirá abierta.
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