en primavera de 1989 éramos un grupo de estudiantes que nos apuntábamos a todo bombardeo que no estuviera tutelado por vanguardias y aquella música por los primeros arrestos de los objetores que se negaban a ir a la mili sonaba muy bien, encima al ritmo de la Insumisión de Kojón prieto y los Huajolotes. Cuando el tema se les empezó a ir de las manos, les amnistiaron y se inventaron aquello de la prestación sustitutoria para encauzarlo. Pero desertaron también a ese paripé que lavaba la cara a la mili. Pensaron entonces en disuadirles con condenas de 2 años, cuatro meses y un día. En balde. Las cárceles se llenaron. Se les ocurrió entonces rebajar la pena a un año y concederles la condicional para evitar el feo de meterles entre rejas. Pero se negaron a firmar ante el juez porque no reconocían el delito. Teniéndoles que enchironar otra vez, y a diferencia del resto de los quinquis, les daban el tercer grado desde el primer día para que desaparecieran de allí. Otro error. Los desertores les retaron a que les detuvieran avisando que no irían a dormir a prisión. Los insumisos ganaron al sistema por desesperación y el ridículo de la mili fue un castillo de naipes. Estos días se cumplen 25 años del primer arrestado y la mili pasó al olvido, pero la divertida disidencia de la insumisión pervive.