se asombran algunos porque, de repente, el Gobierno español ha cambiado de discurso y se presenta ahora optimista cuando hasta hace bien poco todo eran argumentos apocalípticos para justificar los salvajes recortes a los que estamos siendo sometidos. Ahora, los Rajoy, De Guindos, Montoro y compañía transmiten una ilusión inusitada, rozando la euforia. Pero la mayoría de nosotros seguimos o en el paro, desahuciados o con los sueldos recortados, en definitiva pendientes de un fino hilo que percibimos más próximo a romperse que a sujetarnos. ¿Qué ocurre? ¿Somos lelos? No se engañen, lo que pasa es que se aproximan unas elecciones. Por eso dice el ministro que la mayoría de las reformas ya están aplicadas, que a partir de ahora todo va a ser subir como la espuma. Todo sea por los votos. Pero mantener eso cuando tres millones de niños rozan el umbral de la pobreza, la tasa de paro ronda el 26% y uno de cada cuatro euros se genera en dinero negro (263.000 millones, nada menos) es sencillamente indecente, a la vez que destapa el enorme fracaso de la política económica adoptada por este y otros gobiernos desde que alguien decidió que ya era hora de cortar las alas a la plebe y volver a colocarla en su sitio, o sea, bien abajo y de nuevo al servicio de los más poderosos. Afortunadamente, se empiezan a dar algunos casos de aparente rebelión, que no es otra cosa que exigir que los dirigentes recuperen la sensación de que son elegidos por la gente y no por el poder divino o económico.