jesús, un cazador y sukaldari arraigado a la tierra de su valle entre la Montaña Alavesa y Tierra Estella, curtido en una sabiduría popular que para sí la quisieran muchos intelectuales, resuelve la crisis financiera que siguió al descalabro de Lehman Brothers con asombrosa elocuencia. "Lo mejor sería -argumenta tras pensarlo apenas un instante mientras corta el queso- que trabajásemos sin cobrar... y gastásemos sin pagar". La ocurrencia tiene más enjundia de la que pueda parecer a primera vista, pues desafía el entramado que urdió aquel que convirtió en una moneda de plata la expresión de te debo una y confía en la honestidad de la gente -en una suerte de mano negra alternativa a la de Adam Smith- para dar según sus posibilidades y recibir de acuerdo con sus necesidades. Desde la figura del auzolan hasta la economía del secular intercambio, pasando por el banco de tiempo o el ogerleko del valle de Ayala, no son pocas las experiencias populares que ensayan con la idea de prescindir del dinero para vivir de otra manera. "Quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero", dijo Voltaire con desprecio hacia el vil metal. Quizás merezca la pena intentarlo en algunos gestos cotidianos. Aunque siempre hay visiones prosaicas que nos devuelven al mundo de sopetón, como aquella de Woody Allen, quien reconocía que "el dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida que se necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia".
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