MES chers compatriots, todos pensábamos que Nicolas, nuestro petit Nicolas, el de la Bruni, el taimado, el maquiavelo del Elíseo, el goebbels del Sena, Nicolas Sarkozy, había marchado dejándonos huérfanos. Nicolas me ganó con su magnífico juego de ajedrez político, siendo ministro de Interior, en el que le robó la cartera a monsieur Dominique de Villepin durante los disturbios de la banlieu parisina cerrándole el paso en la carrera por la presidencia. Luego se marcó un romance egipcio con la supermodelo que cantaba a susurros y un divorcio retransmitido en directo y salió prácticamente indemne de unas huelgas como saben hacerlas los franceses. Pues Nicolas, el de las cortinas de humo, parece que ha encontrado sucesor. Aquí está François Hollande, al que de culo y sin frenos en una espiral de pérdida de popularidad le han pillado con el carrito del helado viéndose con una mujer que no es su pareja en un picadero relacionado con la mafia corsa. Para enredar un poquito más, las malas lenguas miran con indisimulada mala baba al ministro de Interior, Manuel Valls, amigo de la pareja de Hollande y que dice haberse enterado del affaire por la prensa, lo que no hablaría demasiado bien de su papel como responsable máximo de la seguridad del presidente de la República francesa. Pero la larga sombra de Sarkozy también asoma en las quinielas de manos negras. Hollande, la última gran esperanza blanca -o el último soufflé desinflado- de la izquierda europea, ejem, promete.
- Multimedia
- Servicios
- Participación