de cuando en vez y con cualquier excusa, a Txaro le suele apetecer salir a comer por ahí. La comida le trae sin cuidado, detesta cocinar y no tiene el mínimo interés por la gastronomía. Eso sí, le gusta que el local sea luminoso, amplio y acogedor; el servicio, profesional, atento y discreto; con mantelería fina, de tonos crudos y de hilo; que la vajilla tenga algo de diseño y copas anchas de Burdeos, aunque sea para el agua; y los platos, con raciones escasas pero caprichosas, bien presentados. Es sibarita para el adjetivo importándole poco el sustantivo. Vitoria recibió ayer otro galardón que ahora la consagra como capital nacional de la gastronomía, un pomposo título que ni sabíamos que existiera. Si se presenta como el escaparate de una tienda vacía o el pago de un canon de 125.000 euros por que un jurado te ceda un sello, la gracieta llama al escepticismo. Pero si se toma como un pretexto, puede tener su aquel. "Vamos a ser más conocidos por nuestra gastronomía", se apresuró a proclamar ayer el alcalde Javier Maroto en plena euforia tras el the winner is. No, no vamos a ser conocidos por nuestra gastronomía, ni tampoco vamos a recibir hordas de turistas. ¿Alguien sabría decir ahora cuáles fueron capitales gastronómicas en los últimos años o las ha visitado por eso? Esta capitalidad nos tiene que servir para mirar hacia adentro, darnos un premio a nosotros mismos, dotarlo de contenido e inventarnos una historia de ciudad; ahí es nada. Con eso ya merecería la pena. Como diría Txaro, dame un buen envoltorio y luego sirve la comida que quieras.