HACE unos días, se murió un señor negro muy mayor en Sudáfrica. Seguramente se morirían más ese mismo día, pero ese señor negro al que me refiero tenía, entre otras virtudes, dos nombres diferentes, como habrán podido comprobar en los medios de comunicación. Se llamaba Nelson Mandela, pero casi todos los diarios y los rotulistas de las televisiones han escrito Madiba, que mola más porque suena cercano y africano, y así todo parece más intenso, sentimental y creíble. ¡Qué asco me da todo esto, toda esta función a escala global organizada para que cada patético país del planeta con su patético presidente acudan a la ceremonia de despedida de este señor negro muy mayor que se murió en Sudáfrica hace unos días! Muchos de ellos y ellas, con sus patéticos vestidos y patéticas corbatas, herederos de los países que esquilmaron y esquilman el continente que tanto amaba ese señor negro muy mayor que se murió en Sudáfrica hace unos días. Todo es mentira. A esos señores y señoras que dicen representar al mundo libre, dan lecciones de democracia y acuden a estos funerales porque si no vas ya no fuiste amigo de ese señor negro muy mayor que se murió hace unos días, sólo una cosa: se merecen el peor de los futuros, el desprecio del mundo, el vacío olvido de la mediocridad. Habría sido inolvidable que el anciano negro se levantara del féretro, observara la patulea engalanada presente en la ceremonia de su despedida y les regalara a todos un completo corte de mangas. ¡Largaos!