De vez en cuando acudo a mi psiquiatra para darle unos euros y tomarle un poco de su tiempo. Esta manía, heredada sin duda de un tal Woody Allen, viene bien a mis neuronas para ponerlas en su sitio. Las pobres están ya desgastadas y gustan de una charla amigable. Sin tensiones. Así, relajado, distendido y disfrutando del pago de mis impuestos en forma de humo, me encontraba cierto día delante de la tele cuando en este escaparate de miserias y triunfos apareció ella.
Ella, Rosa Díez, fundadora de UPyD y ex del PSE-PSOE, platicaba y aspaba sus delgados brazos para poner en tela de juicio a las autonomías. Ahora que vienen las vacas flacas nada mejor que señalar con el dedo acusador hacia quienes, al parecer, contribuyen, y mucho, al déficit fiscal, dijo quien fuera en su día consejera de Turismo del Gobierno vasco. Muy conocida en el lugar por los múltiples viajes por todo el orbe con su abundante despliegue de propagandistas de distintos medios de comunicación.
La tesis de Díez ofreció al cartel de tertulianos la posibilidad de debatir y desgañitarse para concluir que la España actual es una España federal. Incluso alguno llegó a afirmar que hoy, España es un Estado confederal. Así las cosas, habrá que aclarar varias cuestiones. Por ejemplo, y según el diccionario de la RAE (Real Academia Española de la Lengua), un Estado federal es aquel que está compuesto por estados particulares, cuyos poderes regionales gozan de autonomía e incluso de soberanía para su vida interior.
Hasta donde alcanza el saber de mis neuronas, esta definición queda muy lejos de la realidad que supone la España de las 17 autonomías. Ninguna de ellas, por muy desarrolladas que tengan sus competencias, obtendrá el nivel de pacto político inter pares que define lo federal.
Si alguien alimenta dudas sobre qué implica el concepto confederación, la propia RAE nos lo aclara al advertir que se trata de una alianza, liga, unión o pacto entre personas, grupos o Estados.
Podemos, y debemos, aportar a este debate parte de lo acontecido en el pasado siglo para resituarnos. De lo contrario corremos el peligro de volvernos realmente locos. Entre estas aportaciones hay ración de buen caldo para todos los gustos. Tenemos LOAPA reducida con salsa de caramelo y cebolla caramelizada y disponemos de un amplio surtido de amnesia histórica elaborada con salsa española, habitas en su jugo y espárragos trigueros. ¡Sabroso!
Andábamos en calzoncillos intelectuales cuando la UCD de la época subió el telón para representar su mejor obra teatral: El café para todos. Y a ese acto cien mil moscas acudieron que, ¡oh! sorpresa, quedaron boquiabiertas con el regusto de poder contar a los nietos que, gracias a los abuelos, ahora ondean bandera propia, himno a la carta y una cohorte de notables cada vez más innecesaria.
El paso del tiempo demostró que los únicos que han seguido erre que erre han sido aquellas autonomías cuyos poderes locales (sobre todo cuando de nacionalistas se trata) hacen de su terruño el alfa y omega de su acción política. Estas autonomías ya han visto cómo se las gasta el Estado español. A los vascos les opusieron toda una legión de votantes parlamentarios que hicieron a Ibarretxe regresar a Euskadi con la derrota bajo el brazo y su proyecto político basado en un nuevo estatuto convertido en agua de borrajas. A los catalanes le sucedió otro tanto, pero con la variante de que, en este caso, fue el poder judicial quien cortocircuitó un texto que, antes y después de su paso por el Constitucional, dejó a la población indiferente. Mustia.
Volviendo al debate televisivo habrá que convenir que tanto Rosa Díez como quienes compartieron similar diagnóstico hicieron un flaco favor a la humanidad cuando optaron por la política o el análisis de ésta. Este gremio que en la mayor parte de sus integrantes es inculto, borreguil y sin otra ideología que no sea su conveniencia puntual es el que ha llevado a España al lugar donde nos encontramos.
En su día renegaron de la ideología para arrimarse con fervor inoportuno al oportunismo más fervoroso. Por eso harían bien en callar para no herir a quienes con sus dineros permiten a la clase política con escaño prebendas y desvergüenzas en su quehacer cotidiano. (Por cierto, con el debate de las pensiones sobre la mesa de cada una de las cocinas de nuestras casas no estaría nada mal que se revisara la política retributiva en las pensiones de parlamentarios, senadores, diputados autonómicos, presidentes de comunidades autónomas, etcétera. Más que nada para no cabrear en demasía al personal. Aprovecho la ocasión para dejar apuntada la majadería de un Rajoy que pretende ahora con vergonzante demagogia lo que no se hace en ninguna comunidad gobernada por su tribu).
Ojalá este país fuera un estado federal donde los poderes regionales "gocen de autonomía e incluso de soberanía para su vida interior". Lo demás es confundir a la gente y meter las manos en sus entrañas más viscerales aprovechando que dicen que la crisis lo es más por el Estado autonómico-federal-confederal que padecemos. Así, poco a poco, crisis a crisis, desmontamos el tinglado, metemos a vascos y a catalanes en cintura y ¡Viva España!
Terminada la teatral obra de la UCD de entonces, ahora queda situarnos en la antesala de otro debate: el de las llamadas duplicidades de servicio. No apostaría un zurito a que asistiremos en no mucho a un tira y afloja entre quienes pretender eliminar la duplicidad a base de menguar el servicio que presta la comunidad autónoma y aquellos que pretenden un mayor acercamiento al ciudadano. De momento se habla de duplicidad, luego se discutirá qué es lo que sobra y este debate nos tendría que reconducir al gran episodio: redefinir el modelo de Estado.
El meollo radica en que el actual sistema autonómico ha derivado (por culpa de los políticos) en un lameculismo permanente donde los mediocres (su dedo índice, además de para hurgar la nariz sólo sirve para presionar el botón de voto) crecen a base de agachar la cerviz y esperar alguna migaja del pastel.
Tal vez resulte precipitado dar por muerto al Estado de las Autonomías, pero antes de entrar en este laberinto de matices resulta prioritario avanzar, apostando, por un estado federal. Lo demás es confundir al personal. El Estado de las Autonomías se ha revelado incapaz de asumir el reto de construir un Estado y se ha quedado a mitad de camino entre la proyección pretendida por la Administración General del Estado y la entelequia regional de virreinatos a la carta.