Restaurante

Estoy encantado. Solo con dos semanas de antelación he logrado reservar hora para una comida familiar el sábado en un restaurante de Vitoria. Y lo he conseguido sin llamar a más de 20 locales. Ha sido en el noveno establecimiento [no exagero]. Y allí, tras un tira y afloja de relativa intensidad, han tenido a bien hacerme un hueco en su sala, y no a la hora que yo pretendía, ya que empezaremos a almorzar casi en horario británico. Pero, tal y como está el patio, no se me ha ocurrido decir ni mu, no sea que me quede sin sitio y no me quede más remedio que llevarme a la familia a degustar las bondades de la carta que ofrecen las cadenas de hamburgueserías y similares que pueblan centros comerciales y los polígonos de acceso a Vitoria. Que también tienen su aquel y su momento, no lo niego. Siempre tiene su morbo aquello de tener que chuparse los dedos al derramarse en ellos una suerte de salsas que acompañan el bocado elegido. Sin embargo, no me atrevo a celebrar en un contexto de comida en bandejas, servilletas de papel reciclado y manjares propios de Covington (Luisiana). Supongo que, aunque me duela abonar menús a precio de diamante, la hostelería que apuesta por una gastronomía propia y con carácter, me ha ganado el corazón (y también el estómago).