Generación

Sin ánimo de producir un serial a la antigua usanza, me temo que los quehaceres cotidianos son argumento suficiente para una telenovela de tintes dramáticos. Al menos, esa es mi vita experientia. No sé qué corriente filosófica propugna que asumir las limitaciones propias siempre es el primer paso para poder aceptarlas sin rasgarse las vestiduras. Yo ya he realizado ese ejercicio de introspección y he descubierto todas las cortapisas que me limitan a la hora de deambular por el camino de la normalidad en la ejecución de los hechos diarios. Y son tantas que mejor me las reservo para mí. El caso es que desde que los astros se alinearon para facilitar mi independencia del nido familiar –de eso hace eones, me temo–, nunca he llegado a tener vivencias con el premio de la satisfacción absoluta. Creo que la psicología moderna tiene varios epígrafes en sus manuales para identificar esta forma de ser y sus rasgos definitorios que, por lo visto, no son de mi exclusividad. Supongo que compartir época, valores y formas de entender el entorno se traducen en tics comportamentales casi idénticos y con trascendencia generacional. Vamos, que todos somos hijos de una época concreta, que es la que nos marca mucho más de lo que pensamos.