La inteligencia artificial se ha hecho un hueco en nuestro día a día. Ocupa titulares, casi siempre alertando de sus peligros, normalmente relacionados con la generación de noticias falsas o con la pérdida de puestos de trabajo al reemplazar mano de obra por tecnología. La IA se ha instalado como protagonista de la actualidad y lo va a seguir haciendo en nuestros hogares y en la vida cotidiana. Proliferan aplicaciones donde, por ejemplo, pasar el rato transformando una foto en un retrato o en una caricatura y hace ya tiempo que distintos sectores profesionales han integrado el uso de estas herramientas en su quehacer diario. En lugar de navegar en Google, un robot bucea por la red y nos da la respuesta en el formato que le solicitemos sobre cuestiones de todo tipo. Y eso incluye preguntas sobre salud mental, desde las más banales a las más trascendentales. Cada vez más jóvenes acuden a Chat GPT o aplicaciones similares como sustituto del psicólogo, con los riesgos que ello conlleva. No todo el mundo tiene acceso a un profesional, los de la sanidad pública tienen largas listas de espera y los privados no son baratos. La generación más interconectada de la historia, y también la más sensibilizada con la salud mental, acaba confiando en un ente cibernético cuestiones que, a falta de hueco en un diván, al menos se compartían con los amigos entre caña y caña.
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