En fin, que me explican que no hay solución. Así que, como dicen en mi pueblo, ajo y agua. Me refiero al hecho en sí de intentar conciliar la vida profesional, el cuidado de los hijos y el hecho de poder respirar, siquiera, un par de bocanadas de aire fresco al día. Si uno se pone a ello, a lo de intentar conciliar, me refiero, sale trasquilado como concepto. Desgraciadamente, la realidad no entiende de obligaciones laborales ni de necesidades escolares, ni de calendarios, ni de vacaciones, ni de la necesidad biológica de comer, y menos de todos esos requerimientos a la vez. Parece que, al respecto, y más allá de su utilización en eslóganes de marketing político, la conciliación solo se encuentra en forma de metáfora en determinados cuentos infantiles que, desde luego, nada entienden de lo que ocurre en la vida. Desde luego, bajo este prisma, muy personal y, por lo tanto, 100% subjetivo e influenciado por mis taras mentales, cada vez entiendo menos a aquellas instituciones y sus responsables cuando se echan las manos a la cabeza por las cifras paupérrimas de nacimientos que hay en la actualidad en una sociedad madura como esta. Y eso sin tener en cuenta la realidad económica que tienen que padecer los jóvenes cuando están en edad de procrear. Si se tiene en cuenta, apaga y vámonos.