Qué vida esta. Uno, ya bregado tras décadas de experiencia en el día a día de un periódico, sigue sorprendiéndose con la existencia de sujetos con rasgos yomimeconmigoistas patológicos. Quienes así se comportan no son niños precisamente, ya que según sus registros del DNI, hace eones que dejaron atrás la adolescencia y superan con creces la edad fisiológica del pavo. Y me sorprende porque esa tipología de interlocutores suelen demostrar sus especiales condiciones en ambientes profesionales en los que, en principio, deberían primar otro tipo de comportamientos. No me entiendan mal. Desgraciadamente, no nací ayer [es evidente, si se fijan en la fotografía que acompaña estas líneas] y la experiencia enseña, machacona y persistente ella, que cada cual es hijo de su padre y de su madre y que según qué particularidades humanas necesariamente ligadas al bien común quedan mejor escritas en un papel que en el devenir cotidiano de la realidad, donde no abundan. Sin embargo, y pese a la evidencia, en ocasiones me gusta soñar con utopías y mundos ideales. Pero no se asusten, que pasado un minuto de idealismo, mi cabeza regresa a la realidad para tratar de gestionar mis interacciones con los citados.