Como la actualidad no nos da un respiro y vamos –como aquella ardilla que podía cruzar la península sin pisar el suelo, de árbol en árbol– de cataclismo en desgracia, de polémica en desmán, hoy me reservo este espacio para una historia que lleva un tiempo en mi bandeja de pendientes. La historia es tan inverosímil y flipante que no me atrevo a asegurar si es real o leyenda. Empezaría así: érase una vez un sueco de 42 años fan del heavy metal. Nuestro héroe ha pasado diez años de dura pelea legal con el Estado para que su “adicción” al heavy metal sea considerada una incapacidad permanente incompatible con mantener un empleo a tiempo completo. Esa dedicación al heavy metal, por ejemplo, supuso que en 2006 asistiera a más de 300 conciertos, lo que provocó que fuera despedido de varios trabajos. Y finalmente un tribunal sueco le ha reconocido una incapacidad que interfiere en su quehacer profesional, por lo que le ha otorgado una pensión mensual de 400 euros que, junto a su empleo a tiempo parcial como lavaplatos, le permite mantener su puesto y lidiar con su afición sin medida al heavy metal. Y colorín colorado, esta es la historia de nuestro héroe. Quizá una leyenda, quizá realidad, como las buenas historias. Incluso hay trovadores que cantaron sus hazañas sin saberlo: breaking the law!