Mientras la gran mayoría de los seres humanos en edad laboral corremos de un lado para otro ahogados en café y angustias varias, la vida de verdad sigue su curso en paralelo, tan en paralelo como las vías del tren, que solo se cruzan en los cambios de agujas. Es en esos giros, casi siempre inesperados, es cuando nos damos cuenta de que hay vida más allá de nuestras vidas. Por un momento adquirimos la capacidad de observar todo lo que hay a nuestro alrededor, de lo más pequeño a lo mas grande, y esa perspectiva nos permite vernos también a nosotros mismos desde fuera, analizar nuestra deriva con frialdad y distancia y tomar decisiones, o no. No se trata tanto de enderezar rumbos, pues a lo mejor vamos por el camino correcto o deseado, como de ser conscientes de lo que hacemos, de por qué y para qué lo hacemos, en lugar de enlazar un paso con el siguiente y ya está. No por ser esto que digo un lugar común y hasta una vacua enseñanza de libro de autoayuda deja de ser tan cierto como difícil de poner en práctica si la vida real no nos pega un sopapo de mayor o menor entidad en toda la cara y nos abre los ojos. Vivir es una cosa que está muy bien en líneas generales, pero para sacarle todo el jugo es necesario enterarse.